El otro día navegando por la red vi que hay otras personas
que también utilizan la palabra “reencarnacionista”. Sin embargo, observé que
para algunos esa palabra tiene cierta connotación negativa porque para ellos
parece ser sinónimo de “ferviente creyente en la reencarnación”, próximo a una
especie de fundamentalista religioso. Olvidaron especificar cuál es su
propia
definición de reencarnacionista, porque como se puede ver en la columna
lateral del blog, esta palabra aún no está recogida en el diccionario de la
Real Academia de la Lengua Española. Por tanto, por “reencarnacionista” cada
uno entiende lo que quiere.
Hoy me apetecía profundizar en esta cuestión. Como ya he comentado
alguna vez, para mí lo más importante no es “creer” o no —la creencia en ella
no es un requisito indispensable para recordar o para que tu hijo te diga que
antes tenía otra madre—, sino tener recuerdos propios. Tampoco me vale una
regresión aislada o un sueño que tuve hace cuarenta años que no me resuelven
mis dudas. No. Recordar vidas pasadas supone enfrentarte también a una serie de
emociones que surgen de tu interior y a una serie de preguntas trascendentales
que te vas haciendo a lo largo del camino, las cuales te arrastran más y más y
te llevan a continuar en tu búsqueda espiritual. Esto no significa que “recordar”
te haga creer en la reencarnación instantáneamente. Esto es un proceso muy
largo con muchas fases, distintas para cada uno. A veces utilizo las palabras “recuerdo”
o “recordar” solo por una cuestión de ahorro, no porque esté segura de que todo
lo que sale en una meditación sea de verdad un recuerdo. Siempre debemos mantener
una actitud racional e investigar esos posibles recuerdos, tratar de verificarlos,
y si eso no es posible, siempre ser conscientes de que hay un margen para el
error.
Recordar vidas pasadas supone establecer una conexión con tu
alma, yo superior o como cada uno quiera llamarlo, que ya no va a desaparecer.
Aunque para muchos sea algo difícil de comprender o de llevar a cabo, la
meditación tiene esos efectos: es como un entrenamiento cerebral que poco a
poco te hace ser más intuitivo, te hace estar más alerta de las señales que tu
alma te envía constantemente. Al principio mis recuerdos llegaron como un violento
tsunami que amenazó con ahogarme. Hoy llegan gota a gota, pero la conexión siempre está
ahí, y cuando menos te lo esperas, ocurre algo en la vida real que te hace
recordar que todo sigue igual: esa persona que fuiste, las emociones que
sentiste, están todavía vivas. Como siempre decimos, la muerte no existe, y el
pasado se convierte en presente para los reencarnacionistas.
Ayer me ocurrió cuando vi el reportaje sobre la
capitán Zaida Cantero. Podría decir que sufrí un
trigger
en toda regla. No me vinieron muchos flashes, pero sí muchas emociones que
llegaba a sentir quemándome en el plexo solar y que me hacían viajar a dos de
mis vidas pasadas. Solo siendo testigo de sus silencios, adivinando el calvario
por el que ha tenido que pasar durante largos años, y sobre todo, viendo cómo
una vez más reinan la impunidad y la injusticia en algo tan serio como son los
abusos sexuales, me hervía la sangre.
Volvía a verme a mí misma ignorada por la
sociedad, atrapada, condenada al silencio porque sabía que nadie me iba a
ayudar, en unos tiempos en que las mujeres eran mucho menos de lo que somos
ahora. Muchas mujeres pueden sentirse identificadas, eso no lo dudo. Pero no es
lo mismo sentir empatía o compasión por alguien, que comprenderla al cien por
cien por haber vivido algo similar. De hecho, si a ti también te hierve la
sangre o sufres de alguna reacción emocional muy intensa como taquicardias,
náuseas o bajadas de tensión cuando conoces casos similares al de Zaida, y
sabes que en esta vida no has sufrido ningún tipo de abuso, tal vez te venga de
una vida pasada.
Para mí, ser reencarnacionista supone mucho más que sonreír
ante la perspectiva de volver a vivir, creer en almas gemelas, encontrar en el
karma las respuestas a nuestras eternas preguntas o soñar con haber sido
aquello que siempre hemos querido ser. Ser reencarnacionista y sentir, hoy, en tu propia piel, las emociones
que originaron los traumas que te ocurrieron en el pasado, supone hacerte mucho
más sensible a las injusticias que aún siguen ocurriendo en nuestro mundo. Estar
seguro de que vamos y venimos continuamente no nos hace menos responsables de
lo que ocurre en él, “porque al final no pasa nada”. Más bien al contrario, nos
hace ser mucho más conscientes de que no hay karma que valga, y que somos nosotros, con nuestras propias
decisiones, los que hacemos que el mundo sea como es.
Cuando pienso en casos como los de Zaida, no es la “maldad”
del agresor lo que más me quita el sueño. Me duelen mucho más la complicidad y
el silencio de todos los testigos que estuvieron allí y no tuvieron la
fortaleza de ponerse de su lado. Me hace recordar —una vez más— que el progreso
de la especie humana es exasperantemente lento. Además me produce mucha
tristeza porque me pregunto si en una próxima vida Zaida también tendrá que
hacer frente a las secuelas psicológicas de haber sido acosada laboral y
sexualmente, como me ocurre a mí. Lo bueno es que me devuelve las ganas de
luchar por aquello que creo que es justo, y despierta en mí el lado rebelde que
en otras ocasiones me ha llevado a finales no muy agradables.
Ser reencarnacionista es viajar a lo más oscuro del ser
humano. Para mí supone una veteranía en esto de recordar. Es haberte dado
cuenta de que recordar vidas pasadas es un cambio muy profundo en tu forma de
ver las cosas. Es una forma de vida. Tiene muchas cosas buenas, pero también
hay etapas muy duras. Recordar vidas pasadas no es un mundo de color rosa lleno
de luz y amor, aunque muchos aún continúen pensando así. Si tú aún lo piensas,
te diría que aún no eres un verdadero reencarnacionista... pero mi definición de
reencarnacionista aún no está aceptada por la RAE, así que no puedo llegar tan
lejos. Si quieres, puedes contarme en los comentarios qué tipo de
reencarnacionista eres tú.