lunes, 24 de agosto de 2015

La muerte y los reencarnacionistas (3).

He hablado ya otras veces de este tema en el blog, porque aparte de que la muerte siempre ha sido de mucho interés para mí, noto que es una de las cosas que más cambian cuando eres reencarnacionista. Y recuerdo a los lectores que ser reencarnacionista va mucho más allá de “creer en la reencarnación”. Por mucha fe que se tenga en algo, no creo que proporcione el mismo alivio que SABER que la reencarnación es un hecho.

Estoy siguiendo una serie estadounidense bastante recomendable que se llama Proof. No es que se vaya a convertir en una de mis favoritas: la protagonista es demasiado cerrada de mente para mi gusto —aunque espero que sus propias experiencias acaben cambiando su forma de pensar—, y tengo la impresión de que jamás van a conseguir pruebas de nada, como en el mundo real. Pero se dan situaciones en casi todos los capítulos con los que me siento muy identificada. Situaciones que son muy cotidianas y que cualquier persona habrá vivido alguna vez. Bien, pues la mayoría de ellas tienen que ver con ese momento en el que te tienes que enfrentar a la muerte, ya sea la de un familiar cercano, o la tuya propia. Quizá algunas reacciones de los personajes me parezcan algo exageradas. Es una serie de ficción después de todo, aunque está muy bien basada en investigaciones reales, y no tengo nada que objetar. Sin embargo, estoy segura, por lo poco que he vivido en primera persona (en esta vida), en cuestiones “mortales”, que la mayoría de la gente no está muy lejos de comportarse de forma similar. Por ejemplo, hoy me llamaba la atención cómo una mujer pensaba que el corazón que había donado de su pareja fallecida, y que había empezado a fallar en el cuerpo del paciente receptor, era como una segunda muerte de su pareja, como si la estuviera perdiendo otra vez. Ese grado de apego a un simple órgano es preocupante... Aun con mis propios reparos a donar, yo sé que cuando esté al otro lado lo que menos me va a importar es lo que hagan con mi cuerpo (esto lo digo por experiencia, no es retórica). El otro día, también en la serie, una señora se escandalizaba y poco menos que tildaba de loca a otra señora que estaba convencida de que su hijo había reencarnado en el hijo de esta señora. La primera señora era incapaz de comprender cómo dos cuerpos, con distinto nombre físico, podían seguir siendo la misma “persona”, es decir, la misma alma. La verdad es que yo jamás he tenido este tipo de dudas, ni siquiera cuando todavía ni creía ni dejaba de creer en la reencarnación, pero por lo visto es una pregunta muy común entre los escépticos (y agnósticos).


Pasa el tiempo y las experiencias que he tenido, los recuerdos que poco a poco voy amontonando en mi diario de vidas pasadas, van quedando en un segundo plano, como si hubiera sido todo un sueño. Pero siempre queda algo: las enseñanzas, las convicciones, la seguridad que tengo ahora de que la muerte no significa nada. Como mucho, es un breve periodo de tiempo en el que nos vamos a sentir algo desequilibrados, algo incómodos. Dejamos atrás muchas cosas, incluido uno de nuestros cuerpos. El cambio es realmente profundo, y los cambios son siempre difíciles. Tenemos que hacer frente al dolor físico, al dolor psíquico, al dolor de nuestros seres queridos a quienes en muchos casos nosotros mismos tendremos que consolar...  pero no es más que eso. Siempre lo he dicho y siempre lo diré: una de las principales razones por las que sigo escribiendo este blog, a pesar de que no me trae apenas satisfacciones, es extender el mensaje de que la muerte no es el fin. La gente no debería sufrir por eso. La gente no debería pasar el tiempo lamentándose de que en todo el mundo hay guerras y se producen miles de muertes cada día, sino trabajando por construir un mundo mejor, empezando por lo que tenemos más cerca.

Y lo digo en una época en la que mi propio dolor por la pérdida en una guerra, de alguien del pasado a quien quería mucho, se acrecienta. Porque aunque la muerte no exista, las emociones no desaparecen tan fácilmente. La diferencia es que ahora soy capaz de ver más allá del dolor. Habría dado lo que fuera por haberlo sabido entonces: que en realidad no estaba perdiendo a nadie, que no tenía razón para sucumbir a las desgracias, que debía luchar contra las adversidades con toda mi fuerza, hasta que no fuera posible seguir luchando. La joven que era en aquel entonces no sabía que la eterna oscuridad no existe, y ahora su dolor es mi dolor. Aún así, lo acepto y le pido que por favor siga llorando, gritando, a través de mí, porque todo forma parte de nuestro aprendizaje, de nuestro crecimiento. Hay momentos en los que la muerte me sigue dando miedo, claro, porque hay muertes que traen mucha agonía y sufrimiento. Pero al mismo tiempo esa especie de serenidad interior que te da el conocimiento verdadero nunca desaparece. Sé que he muerto muchas veces antes, y luego he vuelto a nacer, así que no debe ser tan malo. No creo que sea muy distinto a un parto.

Cuando conozco a alguien que duda de la supervivencia del alma después de la muerte, solo puedo aconsejarle una cosa: que intente recordar sus vidas pasadas. Eso es lo que te lleva de una creencia a una certeza. No inmediatamente, por supuesto, pero al final llegas a ese punto. Dicen que la fe es poderosa. Pues discrepo: recordar es mil veces más poderoso. Lo triste es que sospecho que la mayoría de las personas se da la vuelta y no se molesta ni en escuchar. Ya dudan de que haya algo después de la muerte, como para pensar que existe la reencarnación... Y yo no puedo más que callar y pensar que no hay peor ciego que el que no quiere ver.

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sábado, 1 de agosto de 2015

¿Nos fiamos más de los adultos o de los niños?

Hay un hecho en el que algunos compañeros reencarnacionistas y yo hemos reparado en las últimas semanas. Algo que lamentamos profundamente porque en resumen viene a significar que los “científicos” que investigan la reencarnación, los cuales proceden casi en exclusiva de la Universidad de Virginia en Estados Unidos, no dan apenas validez a las experiencias de los adultos que recordamos vidas pasadas. Ya lo comenté un poco por encima hace un tiempo, pero poco a poco me voy dando cuenta de que esta es una actitud que se extiende a otros investigadores, como si hubieran acordado adoptar una “posición oficial” ante este fenómeno, y afirmar lo contrario fuera una nueva herejía. No sé si ponerme a llorar, la verdad.

Yo decidí que no iba a compartir mis experiencias con alguien que calificaba mis recuerdos como basura, literalmente. Conseguí resistirme a pesar de que el investigador en cuestión insistió bastante en que le diera datos de esas vidas pasadas que he podido verificar, para así engordar —supongo— su base de datos. Esta base de datos, en cuestión de adultos que recuerdan, debe de andar bastante escasa, viendo cómo descartan alegremente todo aquello que provenga de cualquier método en cuyo nombre se incluya la palabra “hipnosis”, aunque sea autohipnosis y por tanto ellos mismos lo consideren un recuerdo espontáneo. Sin embargo, algunos de mis compañeros reencarnacionistas llegaron incluso a contactar en privado con algunos de esos investigadores, y se llevaron una sorpresa bastante desagradable cuando apenas recibieron atención alguna, incluso llegaron a desdeñar lo que se atrevieron a contar. Tengo razones para pensar que encontrarte tal rechazo por parte de gente que supuestamente se toma en serio la reencarnación, después de años y años de incomprensión y temer que te tomen por un desequilibrado, debe doler. Mucho. A mí me dolió especialmente cuando pronunciaron la palabra “basura”. Tanto que decidí callarme para siempre. Tanto que todavía no les he perdonado...

Y lo más gracioso es que ellos, que se supone que son los mayores expertos en reencarnación en el mundo, en realidad no tienen ni idea. Ni siquiera se molestan en estudiar nuestros casos, porque consideran que los recuerdos de adultos son menos fiables que los de los niños. Pero, ¿es esto así de verdad?


Bien, en efecto, los niños tienen la ventaja de que apenas han sido expuestos a libros, películas o historias familiares que tengan que ver con determinadas épocas históricas. Por tanto, se puede descartar la criptomnesia más fácilmente. Es muy probable que no haya ningún tipo de contaminación en sus supuestos recuerdos. Estos recuerdos suelen ser espontáneos, ya sea en estado de vigilia o en forma de pesadillas o terrores nocturnos. Y... eso es todo. Por lo demás, los niños son más proclives a fantasear, y lo que es aún más importante, en muchos casos son incapaces de comprender lo que están experimentando. Son los padres los que tienen que extraer la información válida, interpretarla, y tratar de verificarla. Quizá, incluso sin quererlo, lleguen a presionar al niño para que se identifique a sí mismo con un pariente lejano en una foto que le muestran, o podrían llegar a afirmar algo que no es real solo por agradar a sus padres.

Los adultos, por el contrario, tenemos mucha mayor capacidad de análisis. Si hemos investigado lo suficiente, sabemos incluso diferenciar un verdadero recuerdo de una escena que podría ser un producto de nuestra imaginación. Sabemos perfectamente, en la mayoría de los casos, a qué información hemos estado expuestos o qué lenguas pudimos escuchar cuando éramos niños. Podemos discernir qué recuerdos son más fiables y qué es lo que ha podido influir en ellos. Si nos preguntan, podemos explicar mucho mejor lo que estamos viendo y las emociones que se originan como consecuencia. Podemos relacionarlo con problemas de nuestra vida actual. Sabemos cuándo estamos utilizando nuestra intuición, cuándo es algo que llega “de dentro”, o cuándo, por el contrario, estamos utilizando nuestra razón y por tanto podríamos equivocarnos con mayor facilidad. Podemos enfrentarnos a esos recuerdos y a lo que significan con mucha más madurez que un niño.

Como estos investigadores han decidido no dar ningún tipo de credibilidad a las regresiones, y saben que muchos de los recuerdos de adultos provienen de regresiones, su posición es ignorar este tipo de experiencias. Así que para ellos no significa nada que yo haya conseguido verificar dos de mis vidas pasadas. Tampoco significa nada que mi ansiedad y depresión hayan remitido casi completamente después de una temporada haciendo autohipnosis. Para ellos existimos, pero posiblemente piensan que somos demasiado crédulos, que estamos mintiendo, que nos estamos engañando a nosotros mismos o que todo lo que recordamos mediante sueños o flashes espontáneos (otro factor que también ignoran) es producto de haber leído mucho durante nuestras vidas. De este modo, están perdiendo información que podría ser trascendental para comprender cómo funciona la memoria y cómo recuperamos recuerdos de otras vidas.

En resumen, creo que los recuerdos de vidas pasadas de adultos son mucho más fiables que los de los niños, a pesar de que los investigadores se estén centrando tanto en ellos. Me recuerda un poco a lo que ocurre con las ECM’s. Me pregunto qué tipo de credibilidad hay en lo que relata Colton Burpo, un niño influenciado por las creencias religiosas de sus padres, si lo comparamos con lo que te describe una persona adulta que sale de un coma y puede interpretar de forma mucho más madura —no en todos los casos, todo hay que decirlo— sus experiencias.

Si los reencarnacionistas ni siquiera podemos poner nuestras esperanzas en investigadores “serios”, ¿qué es lo que nos queda? Bueno, nos tenemos a nosotros mismos. Somos pocos, pero estoy segura de que con el tiempo las cosas cambiarán. 

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