domingo, 16 de febrero de 2014

La muerte y los reencarnacionistas (2).

Cuanto más me adentro en mi búsqueda personal y más sé de mi pasado, más maravillosa me parece la vida en sí... con todo lo que conlleva, lo bueno y lo malo... y la muerte. A medida que he ido recordando mis muertes, me he dado cuenta de que es incomprensible que le tengamos tanto miedo. Y que estemos tan ciegos a lo que significa vivir, al enorme regalo que supone contemplar un nuevo amanecer cada día, y que malgastemos tanto tiempo en no hacer nada, en dejar pasar los minutos, en quedarnos paralizados ante un mundo que debemos y podemos cambiar, solo por temor a perder todo lo que tenemos, incluidas nuestras vidas...

Dice el Dr. Gaona que las personas que sufren experiencias cercanas a la muerte pierden, no el miedo a la muerte, sino el miedo a la vida. Cuando surgía esto en alguna que otra conversación, yo solía decir que eso también nos pasa a los que recordamos vidas pasadas... y, por supuesto, me miraban raro, porque creer en la reencarnación es todavía cosa de locos. Y, sin embargo, las personas que sufren una experiencia cercana a la muerte por lo general se quedan estancadas en ese momento tan trascendental de sus vidas. Algunas lo procesan adecuadamente y se vuelven más espirituales, otras se pierden en la religión... otros ni avanzan ni retroceden. Mientras, personas como yo, que nos empeñamos en desentrañar la madeja y que no nos conformamos con un tímido vistazo a lo que puede haber más allá, seguimos estudiando, meditando, reflexionando, averiguando quiénes fuimos, cómo morimos, qué hicimos y por qué... y poco a poco, ese algo a lo que llamábamos “muerte” y que tanto temíamos en el pasado, se va quedando olvidado y pierde toda su importancia, porque sabemos que la muerte solo es una pequeña transición entre vida y vida. A veces es dolorosa, a veces agónica, a veces pacífica, a veces pasa en un suspiro, otras se prolonga un poco más... pone el punto final a una de tantas vidas físicas que hemos vivido, pero en realidad es solo un punto y aparte en nuestra verdadera vida, la del espíritu. Cuando es una muerte violenta, el trauma y la huella emocional que deja en nosotros es mucho más evidente en la vida que viene después... Sin embargo, te das cuenta que no es la muerte en sí lo que produce el trauma, sino las experiencias que rodearon a esa muerte. La muerte es la liberación, el reencuentro con tu verdadero ser y con tus seres queridos (no tal y como los conocimos físicamente, sino los “verdaderos”... parece que esto tampoco es fácil de explicar a los no reencarnacionistas). No hay absolutamente nada que temer a la muerte. De hecho, últimamente me ha dado por decir que la muerte está sobrevalorada en nuestra sociedad occidental. Tal vez porque no queremos mirarla a los ojos, tal vez porque la tememos demasiado... y resulta que disfrutamos viendo películas de terror, o nos divertimos viendo a personas que arriesgan su vida en esas películas, sin embargo no somos capaces de mirar dentro de nosotros mismos para averiguar cómo morimos en nuestra última vida. Nunca dejaré de sorprenderme de lo cerca que tenemos las respuestas, y de cómo permanecen tan ocultas para la mayoría de la gente. Me sorprende, me produce mucha tristeza, y me hace sentir muy afortunada de haber encontrado mi camino...


Hace poco uno de mis “compañeros de ruta” comentaba que había empezado a darse cuenta de que muchas de sus vidas estaban relacionadas de una forma u otra con la justicia. Yo aún no he llegado a tanto y aunque sospechas tengo, aún no tengo tan claro qué patrón se me repite en todas ellas o en qué estoy trabajando. Sin embargo, no dejo de admirarme del profundo trabajo psicológico y espiritual que supone recordar vidas pasadas. Llevo un par de semanas bastante intensas a este respecto, muy “conectada” con mis emociones e identificando numerosos sentimientos que proceden de otras vidas. En concreto, estos días se ha hecho muy fuerte mi última vida, en la que fui un testigo directo de la construcción del Muro de Berlín y de cómo los amigos que tenía en la Alemania Oriental quedaban atrapados. Fue una vida breve porque morí en un accidente de aviación, pero aparte de eso fue una vida muy normal con sus altos y bajos, tal vez por eso me ha costado tanto recordarla... Y ahora que tengo muchos detalles no puedo dejar de sonreírme y preguntarme qué tiene que ver esto con la tan manida “sanación espiritual” que tan de moda está... ahora estoy más segura que nunca de que recordamos simplemente porque podemos (y cualquiera puede). Y ahora más que nunca me siento orgullosa de quién soy, de quién he sido, y de lo que seré... porque ahora más que nunca estoy empezando a ver que la vida es mucho más grande de lo que podemos percibir a simple vista, de que su significado trasciende todo lo que como humanos estamos preparados para comprender, y que ninguno de nuestros miedos tiene sentido, cuando SABES que la muerte no es nada y que una sola vida humana es solo un pequeño pasito en el interminable sendero de nuestras vidas espirituales.

Otra de mis “compañeros de ruta” mencionaba que para ella solo con un cuerpo físico podemos sentir emociones humanas, y que cuando estamos en el otro lado la perspectiva es totalmente distinta y no nos podemos hacer idea de lo que es “sufrir” este estado físico. Yo comparto esta visión e intuyo que esto es así... y que no dejamos de reencarnar porque es aquí donde podemos experimentar todas esas emociones, donde podemos VIVIR en mayúsculas, porque eso es lo que venimos a hacer, ni más ni menos. A pesar de ello, parece ser que lo olvidamos (nos hacen olvidar, o no queremos recordar), y parece que nos da miedo SENTIR: emocionarnos, llorar, reír, pasar miedo, sentirnos solos o abandonados, tener celos, amar, compartir buenos y malos momentos... Nos tratan de convencer de que el sufrimiento es malo y la alegría es buena, o que el nacimiento es bueno y la muerte es mala, cuando la realidad es que todo forma parte de lo mismo, la VIDA.

Muchas veces oigo decir a algunos reencarnacionistas que están hartos de vivir en la Tierra y que no piensan volver. Dejando aparte el hecho de que, en mi opinión, desde nuestra limitada perspectiva, no puedes saber si vas a volver o no, puesto que no tienes ni idea de lo que tu alma necesita experimentar, yo pienso todo lo contrario: tengo muchas ganas de volver a renacer en este mundo porque ha sido durante mucho tiempo mi hogar, porque he reído, he llorado, he luchado y he muerto muchas veces en este planeta que es absolutamente maravilloso, a pesar de lo que los seres humanos se empeñan en hacer sobre él. Igual que hace cincuenta años soñaba con que mi hijo pudiera ver una Alemania libre en la que no hubiera Muros de la Vergüenza, hoy sigo soñando en que un día nunca habrá vallas con concertinas rajando a los emigrantes africanos. Y el dolor que desgarra mi alma y me hace llorar aún hoy día contemplando fotos en blanco y negro del Muro, o pensando en cómo murió desangrado Peter Fechter al intentar cruzarlo, es el mismo dolor que sigo sintiendo cuando veo a la Guardia Civil disparando contra esos emigrantes, aunque sean bolas de goma. Y ahora sé por qué toda mi vida tuve una palabra en mi cabeza, "FREIHEIT", aun cuando ni siquiera sabía lo que significaba... Hoy en día pienso que el mundo no va a cambiar, pero eso no es lo importante. Lo importante es cómo nos hace sentir a los humanos, cómo nos hace reaccionar... vivir en situaciones límite te hace comprobar qué clase de hombre o mujer eres, qué eres capaz de hacer por tus semejantes, qué ocurre si en lugar de arriesgar tu vida te conformas quedándote inmóvil como un mero espectador. Le damos demasiado valor a nuestras vidas (a nuestra muerte), cuando lo importante no es eso, sino lo que hacemos con ellas...


Si todos fuéramos reencarnacionistas, y supiéramos lo que yo sé ahora... nadie tendría miedo de levantarse y luchar contra un Gobierno injusto. Y me siento realmente orgullosa de haberlo hecho antes, de haber muerto por lo que en aquel entonces me pareció justo... y si no fue tan justo, en otras ocasiones, al menos no tuve miedo de decidir, de luchar, de equivocarme... en definitiva, de VIVIR.    

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