Estoy contenta porque en los últimos días me estoy poniendo
al día en cuanto a antiguos libros que tenía pendientes de leer. Uno era el que
comenté en mi entrada anterior (no doy el título porque conozco al
autor y no quiero que encuentre este blog, ya sea de manera accidental o no), y
otro es Giordano Bruno. Filósofo y hereje,
de Ingrid D. Rowland. Lo encontré por casualidad en una librería de mi ciudad a
un precio muy razonable, y al contrario de lo que se puede pensar, no lo
adquirí por ser conocedora de las razones que le llevaron a la hoguera, entre
ellas su creencia y defensa de la reencarnación, sino porque llevaba mucho
tiempo carteándome con alguien que dice haber sido él, y tenía mucha curiosidad
por conocer en profundidad una de las muchas vidas pasadas que recuerda. Esta
persona es extraordinariamente discreta, y a pesar de tener varias vidas
pasadas famosas, se cuida mucho de hablar en público de ellas, salvo en lugares
seguros. Como todos nosotros (reencarnacionistas serios y racionales) sabemos,
es peligroso moverse en círculos no reencarnacionistas, más cuando se trata de
hablar de cosas tan delicadas como son las vidas pasadas famosas, así que nos
reunimos en nuestros foros casi como si fueran secretos cónclaves en los que
poder hablar en profundidad de todo lo que nos preocupa, sin las miradas
ignorantes y burlonas de los no reencarnacionistas.
Yo también soy extraordinariamente discreta, y considero que
la privacidad de las personas que me voy encontrando por el camino, y el
respeto a sus vidas pasadas, son sagrados. Por ello, no suelo hacer este tipo
de referencias tan claras a las vidas pasadas de mis compañeros de viaje. Si lo
hago en esta ocasión es porque estoy segura de que nadie o casi nadie va a
llegar hasta ella, en ningún momento voy a mencionar su nombre actual, y porque
en realidad la entrada no tiene nada que ver con la persona que es en la
actualidad (por cierto, a día de hoy es alguien que mantiene todos y cada uno
de los rasgos de cordura que toda persona debe mantener, y cumple de sobra los
Criterios de credibilidad de vidas pasadas), sino con la persona que fue.
Alguien por quien, después de leer el libro, siento aún más simpatía de la que sentía antes, porque
me he dado cuenta de que tengo muchas cosas en común con él (Bruno)... y algunas de ellas
las seguimos teniendo hoy en día, hecho que no deja de resultarme curioso.
También me resulta muy divertido comprobar las similitudes en la personalidad, incluso en las creencias, que hay entre ellas (quien fue y quien es). Y también añado que es una de las personas que más me ha hecho pensar
y de las que más he aprendido desde que comencé a recordar vidas pasadas.
El libro me ha decepcionado un poco porque no menciona casi
la reencarnación, pero creo que como biografía no está mal, sobre todo los
últimos capítulos donde se deja muy claro cuáles fueron las acusaciones que
finalmente llevaron a Bruno a la hoguera. En una búsqueda rápida en internet no
he encontrado demasiada información, pero quien no conozca a esta figura
histórica agradecerá este pequeño resumen de su biografía:
GIORDANO BRUNO
(1548-1600).
“No es difícil para un turista que pasea por la ciudad de Roma acabar, antes o después, en la plaza de Campo dei Fiori, la plaza del mercado. No es una plaza de las más hermosas, ni se la puede comparar con las vecinas plaza Farnese o la impresionante plaza Navona con su obelisco, sus fuentes de Bernini, la Iglesia de Santa Inés de Borromini, etc. Sin embargo, la plaza de Campo dei Fiori, a pesar de estar rodeada de casas más bien sobrias y de aspecto austero, es una de las más populares entre los romanos. Y ello, además del mercado al aire libre de flores y alimentación (que causaría horror a los inspectores españoles de sanidad), sobre todo por una estatua que se halla en medio de la plaza.
Se trata de un fraile encapuchado y lo curioso de dicha estatua es que fue erigida por el estado italiano laico en 1889, tras la conquista de Roma, por supuesto no por devoción a la vida religiosa y mucho menos a la Iglesia, sino todo lo contrario, precisamente como provocación a la Iglesia, como bien saben los romanos aún sin tener que leer las inscripción de la estatua en la que se rinde honor a dicho fraile “qui dove il rogo arse”, esto es, donde fue quemado por la inquisición. Y no es extraño ver de vez en cuando a los pies de la estatua coronas o ramos de flores de la gente que rinde homenaje al ajusticiado por la Iglesia.
El encapuchado que desde lo alto del monumento mira con cara arrogante hacia el Vaticano, como desafiando, es Giordano Bruno (1548-1600), considerado por muchos un mártir de la cerrazón eclesiástica, pero cuya vida tiene más entresijos de lo que a primera vista parece. Nacido en Nola, población no lejana a Nápoles, ingresó con 17 años en la orden dominicana, en Nápoles, donde años después el mismo escribió que la ciudad tenía en alta consideración a sus hermanos de religión, pero que en realidad eran “burros e ignorantes”. Abandonado el nombre mundano de Filippo, tomó el de Giordano y comenzó la formación religiosa hasta ser ordenado sacerdote en 1572.
Ya un tanto original en sus posturas teológicas durante los años de estudiante, no tardó nada más que cuatro años en ser acusado de herejía, por lo que, después de obtener en 1575 el título de doctor, en 1576 tuvo que viajar a Roma para defenderse de dicha acusación en el convento de Santa Maria sopra Minerva, sede del superior provincial, ante el cual no quiso ceder, por lo que dejó la ciudad y de paso también la orden de Santo Domingo. A partir de ese momento comenzó una peregrinación intelectual por varios países que no parece consiguió hacerle encontrar la paz.
Después de viajar por varias ciudades italianas, llegó en 1579 a Ginebra, ciudad en la que Calvino había instaurado una república protestante y a dicha doctrina se adhirió Bruno, pero con la cual también se pronunció en disconformidad. En una ocasión publicó y distribuyó un panfleto acusando a Calvino de cometer 20 errores en una lectura. Por este motivo fue hecho prisionero hasta que se retractó y abandonó el calvinismo bajo la acusación de coartar la libertad intelectual. Se trasladó a Francia donde, luego de varios tropiezos por la guerra religiosa, después de enseñar astronomía y filosofía en Lyon y Tolosa, fue aceptado por Enrique III como profesor de la Universidad de París en 1581.
Hombre de impresionante memoria, hizo famoso en París un método que nemotécnico que llamó “arte de la memoria”. Fascinado por el neoplatonismo y el gnosticismo, parece ser que llegó a sostener teorías panteístas, afirmando que Dios y la creación fueran idénticas. En 1583 viajó a Inglaterra, tras ser nombrado Secretario del embajador francés Michel de Castelnau. Allí se convirtió en asiduo concurrente a las reuniones del poeta Philip Sydney. Enseñó en la Universidad de Oxford la nueva cosmología copernicana atacando las ideas tradicionales. Después de varias discusiones, fue invitado a abandonar Oxford, por lo que en 1585 regresó a París con el embajador, para luego dirigirse a Marburgo, donde dio a la prensa las obras escritas en Londres. En Marburgo retó a los seguidores del aristotelismo a un debate público en el College de Cambrai, donde fue ridiculizado, atacado físicamente y expulsado del país.
Durante los siguientes 5 años vivió en diversos países protestantes donde escribió muchos trabajos en latín sobre cosmología, física, magia y el arte de la memoria (siendo uno de los grandes representantes de la tradición hermética). Llegó a demostrar, aunque por métodos falaces, que el Sol es más grande que la Tierra. En 1586 expuso sus ideas en la Sorbona y en el Colegio de Cambray y enseñó Filosofía en la Universidad de Wittenberg, consiguiendo ser excomulgado por los luteranos.
Volvió este inquieto teólogo, expulsado de los calvinistas y excomulgado por los protestantes, en 1590 a Italia, a instancia de Giovanni Mocenigo, veneciano, que estaba muy interesado en su método nemotécnico. Pero no pudiendo conseguir dicho noble el secreto de labios de Bruno, lo denunció en 1591 a la Inquisición veneciana que lo juzgó y ante la que él se defendió diciendo que sus posibles errores eran filosóficos y no teológicos. Intervino en 1593 la Inquisición Romana, que pidió su extradición, y Giordano Bruno fue encarcelado en Roma, en Castel Sant’Angelo (que Clemente VIII había dedicado a cárcel inquisitorial), durante seis años, sin que los historiadores sepan explicarse bien por qué tardó tantos años en ser juzgado en Roma. Algunos historiadores dicen que se tardó tanto porque se quiso hacer las cosas con detalle y costó mucho tiempo el reunir el “corpus” de las obras de Bruno. No por ello deja de parecer mucho tiempo.
Después de tan larga espera, comenzó en 1599 el juicio romano, dirigido por San Roberto Bellarmino, quien posteriormente llevaría el similar proceso contra Galileo, que concluyó de modo muy diferente. En 1599 se expusieron los cargos en contra de Bruno y en un primer momento el ex-dominico aceptó retractarse de algunas tesis suyas referentes a la humanidad de Cristo y a la virginidad de María, pero a la vez exigió al Papa Clemente que declarase herética la transubstanciación. Finalmente, sin que se tenga conocimiento del motivo, Giordano Bruno decidió reafirmarse en sus ideas y el 20 de enero de 1600 el papa Clemente VIII ordenó que fuera llevado ante las autoridades seculares. Desconocemos los detalles del proceso porque en 1808, cuando las tropas napoleónicas invadieron Roma, las actas fueron llevadas a París, pues el emperador quería reunir documentos para justificar su invasión de los estados pontificios. Desde entonces, dichas actas no han vuelto a aparecer.
Antes de la sentencia, se intentó en varias ocasiones hacerle entrar en razón, incluso se pidió a varios antiguos amigos suyos dominicos que le convencieran para aceptar la doctrina de la Iglesia, pero no hubo nada que hacer. El 8 de febrero fue leída la sentencia en donde se le declaraba herético, impenitente, pertinaz y obstinado, por lo que se le excomulgaba. Es famosa la frase que dirigió a sus jueces: “Tembláis más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla". Según la costumbre del tiempo —que hoy cuesta entender pero que no deberíamos juzgar con nuestros criterios actuales—, fue ejecutado el 17 de febrero de 1600 en la citada plaza de Campo dei Fiori.
Considerado hereje por católicos, luteranos y calvinistas, Giordano Bruno fue un hombre de gran altura intelectual y fuerte voluntad, incluso lo que algunos historiadores han calificado de “cabezonería”, a lo que se añadía una fuerte tendencia a la ironía que solía enfadar a sus contrincantes. Su muerte lo convirtió en héroe para muchos librepensadores y contrarios a la Iglesia, que en su ejecución vieron un acto cruel y despótico de la Iglesia, y que hoy todavía le rinden homenaje en el aniversario de su ejecución”.
http://www.conocereisdeverdad.org/website/index.php?id=2988
A pesar de que aquí se dice que no se conocen los detalles
del proceso, en el libro que me acabo de leer, a partir de varias fuentes, sí
que se consigue reconstruir cuáles fueron los testimonios de varios testigos que
acusaron a Giordano Bruno frente a la Inquisición de herejía. Como ya se ha mencionado, el principal
acusador fue un tal Giovanni Mocenigo, noble italiano que alojó a Bruno unos
dos meses en su casa y que se enfureció bastante cuando Bruno manifestó su
intención de irse sin haberle enseñado lo que, según Mocenigo, tenía que
haberle enseñado, llegando a encerrarle bajo amenazas de que le pasaría algo grave si no le comunicaba "su secreto". Su testimonio formó parte importante del Sumario que guió a los
inquisidores en sus últimas deliberaciones en 1598. Entre otras cosas, declaró:
- “He oído decir algunas veces a Giordano en mi casa que Cristo era un infeliz, y que si había hecho cosas equivocadas para seducir a su pueblo, podía haber predicho perfectamente que acabaría colgado, y que Cristo realizó milagros ilusorios y que era un mago, que Cristo mostró más tarde que moría contra su voluntad y que evitó la muerte todo lo que pudo.
- “He oído decir algunas veces a Giordano en mi casa que no hay distinción de personas en Dios, y que ésta sería una imperfección de Dios”.
- “He oído decir algunas veces a Giordano en mi casa que las almas creadas por obra de la naturaleza pasan de un animal a otro y que, del mismo modo que los animales inferiores nacen de la corrupción, eso mismo pasó con los hombres cuando volvieron a nacer después del diluvio”.
- “He oído decir algunas veces a Giordano en mi casa que no le gusta ninguna religión. Ha manifestado que planea convertirse en fundador de una nueva secta con el nombre de “nueva filosofía” y ha dicho que nuestra fe católica está llena de blasfemias contra la majestad de Dios, y que ya es hora de suprimir la discusión y los ingresos de los frailes, porque envilecen el mundo, porque son todos unos asnos, y que nuestras opiniones son la doctrina de los asnos, que no tenemos prueba alguna de que nuestra fe tenga algún mérito ante Dios, y que se maravilla de la cantidad de herejías que Dios tolera entre los católicos”.
- “He oído decir algunas veces a Giordano en mi casa que no hay castigo alguno para los pecados, y dijo que no hacer a los demás lo que uno no quiere que le hagan es suficiente para vivir bien”.
Además, Bruno era perfectamente consciente de que su creencia
en la existencia de múltiples mundos y la transmigración de las almas estaba
también presente en el antiguo misticismo judío.
Tengo que decir que Bruno negó algunas de estas acusaciones,
sin embargo no se retractó en ningún momento (ni siquiera bajo coacción) en
estos aspectos:
- Sobre la Trinidad, la divinidad y la encarnación.
- La existencia de múltiples mundos.
- Sobre el alma de los hombres y de los animales.
- Sobre el arte de la adivinación.
No puedo
ocultar que Bruno y yo compartimos algunos de nuestros puntos de vista, como
bien se refleja aquí, y como testigo que fui de
las atrocidades que cometió la Inquisición por esa época (por aquel entonces yo
era un monje-guerrero, miembro de una orden religiosa que se acababa de crear),
no puedo dejar de admirarme del valor que tuvo para hablar de aquella manera,
sabiendo a lo que se exponía, y de la actitud desafiante que mantuvo hasta el final. Tampoco puedo dejar de sonreír ante la mordacidad
y la ironía que destilaban sus palabras (su sentido del humor no es muy
distinto al que aún posee hoy, especialmente en cuestiones religiosas), y me
asombro por lo hirientes que pudieron ser para determinados personajes
eclesiásticos de la época.
El propio
Giordano Bruno se identificaba a sí mismo con el roquero solitario (Monticola solitarius), ave parecida al
mirlo, de plumaje azul en los machos, y que se caracteriza por cantar en
solitario en lugar de revolotear en bandada. Otro punto que tenemos en común, y
por el que también le admiro, pues sé por propia experiencia (por esta y otras
vidas) lo que significa ir en contra de lo establecido.
Os dejo con
algunas citas de Giordano Bruno:
“El alma no
es el cuerpo y puede estar en un cuerpo o en otro, y pasar de un cuerpo a otro”.
“La naturaleza no es otra cosa que Dios en
las cosas... Animales y plantas son efectos vivientes de la naturaleza; de ahí
que todo lo que es Dios están en todas las cosas... Piensa por ende, en el sol
sobre el azafrán, en el narciso, en el heliotropo, en el gallo, en el león”.
“Conoce bien que en la sustancia incorpórea
eterna nada se cambia, se forma o se deforma, sino que permanece siempre ella
misma, sin que pueda ser sujeto de disolución”.
“No hay muerte, pero tampoco permanencia de
las individualidades numéricas. Sólo permanece la sustancia única (la
materia-alma universal) mutándose en nuevas individualidades”.
“Puede que os cause más temor pronunciar esta sentencia que a mí aceptarla”.
“Uno solo es
inmutable, eterno y dura para siempre, uno y el mismo consigo mismo. Con esta
filosofía mi espíritu crece, mi mente se expande”.
"El mundo está bien como está".
"El mundo está bien como está".
Bruno había hablado de "esa ley del amor que se difunde por todas partes [...], que proviene [...] de Dios, el padre de todas las cosas, de tal modo que está en armonía con la naturaleza, y enseña una filantropía general por la cual amamos incluso a nuestros enemigos, a menos que nos convirtamos en brutos y bárbaros, y nos transformamos en su imagen, que hace salir el sol sobre los buenos y los malos, y hace caer la lluvia de la gracia sobre el justo y el injusto". Le dijo a Rodolfo II: "Ésta es la religión que profeso, que está más allá de toda controversia y de toda disputa, sea cual fuere la inclinación del espíritu o el principio de la costumbre ancestral o nacional".
Sin embargo, no fue condenado solamente por sus creencias, que él atribuyó a cuestiones filosóficas, o por su negativa a creer que el pan de la comunión se transformaba literalmente en el cuerpo de Cristo, sino porque además se atrevió a declarar que los inquisidores no tenían derecho a dictaminar lo que era herejía y lo que no, y fue esta negación de su autoridad la que selló su destino.
Después de su muerte, todos sus libros fueron declarados heréticos e incluidos en el Índice de libros prohibidos, aunque por ironías de la vida (o la muerte) algunos ejemplares sobrevivieron y pudieron llegar a nuestros días.
Me alegro de que a pesar de haber sido quemado en la hoguera, víctima de la ignorancia y el fundamentalismo de los que no acabamos de desprendernos en pleno siglo XXI, el espíritu de Bruno aún esté entre nosotros, encarnado en un nuevo cuerpo, hablando libremente sobre reencarnación... en foros de reencarnación. Parece que avanzamos muy lentamente... aunque, por fortuna, también parece que algunos seguimos siendo unos adelantados a nuestro tiempo: mientras unos seguimos convencidos —con muy buenas razones para ello— de la existencia de la reencarnación, el mundo permanece ignorante a esta realidad... al que lo dude, le invito a investigar y recordar sus vidas pasadas. Tal vez se sorprenderá.
Sin embargo, no fue condenado solamente por sus creencias, que él atribuyó a cuestiones filosóficas, o por su negativa a creer que el pan de la comunión se transformaba literalmente en el cuerpo de Cristo, sino porque además se atrevió a declarar que los inquisidores no tenían derecho a dictaminar lo que era herejía y lo que no, y fue esta negación de su autoridad la que selló su destino.
Después de su muerte, todos sus libros fueron declarados heréticos e incluidos en el Índice de libros prohibidos, aunque por ironías de la vida (o la muerte) algunos ejemplares sobrevivieron y pudieron llegar a nuestros días.
Me alegro de que a pesar de haber sido quemado en la hoguera, víctima de la ignorancia y el fundamentalismo de los que no acabamos de desprendernos en pleno siglo XXI, el espíritu de Bruno aún esté entre nosotros, encarnado en un nuevo cuerpo, hablando libremente sobre reencarnación... en foros de reencarnación. Parece que avanzamos muy lentamente... aunque, por fortuna, también parece que algunos seguimos siendo unos adelantados a nuestro tiempo: mientras unos seguimos convencidos —con muy buenas razones para ello— de la existencia de la reencarnación, el mundo permanece ignorante a esta realidad... al que lo dude, le invito a investigar y recordar sus vidas pasadas. Tal vez se sorprenderá.
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