Hoy me he
levantado con un gran peso en el corazón. Y sé que mucho de ello se debe a
recuerdos de vidas pasadas, mezclados en distinta proporción e interconectados
con vivencias de mi vida actual que no vienen al caso. Vamos, la existencia misma del reencarnacionista, que a veces nos encontramos arrastrándonos por
nuestro presente cargando con emociones que vienen de muy, muy atrás.
He hablado en
mis últimas entradas de frustración, y no quería seguir con el mismo tono, pero
hay mucho de frustración también en las palabras que vienen a continuación,
aunque esta vez no tiene tanto que ver con el desinterés o el desconocimiento
de la gente en general sobre la reencarnación, sino más bien sobre el hecho en
sí de recordar vidas pasadas y encontrarte tan solo en este mundo, algo parecido a lo que hablé aquí, pero más focalizado en el deseo de todo
reencarnacionista de encontrar a personas que también recuerden, y, si es
posible, que sean de tu misma época y poder hablar con ellos largo y tendido de
lo que vivimos en ese entonces y de cómo nos afecta o deja de afectar en
nuestra vida presente. Este sentimiento es especialmente fuerte en nuestras
vidas de soldado, porque haber sido soldado lleva aparejado un fuerte
sentimiento de camaradería que, francamente, no he conocido en ninguna otra
circunstancia. Supongo que jugarte la vida juntos y sufrir las mismas
calamidades une mucho. Y una vez acabada la guerra y tu vida, a no ser que
sigas siendo presa de un ilógico sentimiento de odio, esa camaradería se
extiende a soldados de cualquier bando. Al fin y al cabo todos fuimos víctimas
de nuestros superiores, de los “Señores de la Guerra” (políticos manejando los
hilos desde sus despachos), y todos nos vimos obligados en mayor o menor medida
a obedecer órdenes bajo la amenaza de ser acusados de desertores.
Creo que me he despertado así por dos razones básicamente. Una, porque ya llevo unas semanas
dándole vueltas a mi muerte en batalla naval, pensando que quedan muchos huecos
por llenar con recuerdos que por amargos o especialmente duros no están saliendo
aún a la luz. Esos recuerdos implican seguramente un cierto grado de culpa, y
ahora mismo no me apetece enfrentarme a ella, aunque intuyo que el momento está
cerca. Dos, porque ayer me acabé por fin una novela histórica de un amigo
escritor bastante desconocido ambientada en la misma época en la que yo viví,
donde se describía con pelos y señales una de estas batallas donde uno de mis
contemporáneos fue derrotado de manera humillante (no recuerdo si le conocí
personalmente, pero es más que probable). El autor de este libro, ante la
escasez de datos históricos que existen sobre la época, se ve obligado a
desarrollar con su imaginación a la mayoría de los personajes y las situaciones
bélicas... y lo cierto es que no esperaba que me emocionaría tanto. Pero se me
ha quedado grabada en la mente la escena en la que centenares de soldados británicos
yacen en la ladera de una colina después de haber sido abatidos por los
españoles en el intento de toma de un fuerte. Y eso duele. Mucho. Porque no
hace más que recordarme todos los muertos que debió de haber a bordo de mi barco
en aquella batalla naval en la que yo también perdí mi vida. Pero aparte de
esto, me cuesta creer que alguien capaz de escribir algo así, y sobre todo,
capaz de describir las emociones de esos soldados, no haya estado de verdad en situaciones parecidas. Y me
resulta muy curioso —y me hace sonreír— comprobar cómo el mismo autor, al final
del libro, declara no ser partidario de ningún modo de la guerra, afirmando que
fue objetor de conciencia, pero que personajes de la talla del almirante a
quien va dedicada la obra no deberían caer en el olvido. Y me hace sonreír pero
es una sonrisa amarga, porque me hace darme cuenta una vez más de lo ciegos que
estamos respecto a la reencarnación. Se nos pasa por alto el hecho de que mucho
de lo que escribimos los autores, viene de experiencias que subyacen en algún
lugar de nuestro subconsciente, que nada es casualidad, y que si el autor fue
objetor de conciencia no es porque unos hippies le hayan lavado el cerebro con
eso de “Love and peace”, sino porque,
con mucha probabilidad, él también estuvo allí, si no en esa misma batalla que
describe “porque le pareció una buena historia que contar”, en alguna otra
batalla que le hizo experimentar en carne propia lo que significa tener que
matar, el miedo a que te maten, la responsabilidad de tener la vida de tus
hombres en tus manos, contemplar cómo tus compañeros de armas caen a tu lado
sin poder hacer nada por evitarlo, en definitiva, la sinrazón de la guerra y cómo
esta saca lo peor —y en ocasiones lo mejor— del ser humano.
Y me
encantaría poder hablarle abiertamente de esa posibilidad, de que haya vivido
antes y no lo sepa aún. Me encantaría que recordara, esta vez por un claro
deseo egoísta, que es el de encontrar a personas que pudieron estar allí
conmigo, luchando por una causa, la consideráramos justa o no, para poder mirar
atrás y hablar con orgullo o con resentimiento, da igual, de lo que vivimos
entonces. Aunque a muchos les resultará difícil de creer, sé de muchos
compañeros que lo han conseguido, que han encontrado a personas que estuvieron
en el mismo lugar, en la misma época, en una vida anterior. Personas que han
podido verificar sus propios recuerdos con recuerdos de otras personas que
también estuvieron allí (con la precaución que hay que tener siempre en estos
casos, puesto que los recuerdos son siempre subjetivos y a veces no coinciden).
Y esto me produce una sana envidia porque a mí todavía no me ha pasado... y en
un país como en el que vivo es muy poco probable que me vaya a ocurrir, donde
la reencarnación es todavía algo muy raro, y aún creemos que recordar vidas
pasadas es cosa de videntes o feria esotérica, cuando la realidad es que todos
recordamos, seamos o no conscientes de ello. Como mucho, podría decir que creo
en la reencarnación, lo que ya sería bastante arriesgado. Si además digo que
fui capitán de la Marina Inglesa, y además conozco mi nombre y apellidos,
apuesto a que lo mínimo sería ser acusada de padecer delirios de grandeza. Y la
verdad es que yo ya tengo suficiente con enfrentarme a lo que fui y a la forma
en que dejé este mundo en aquella ocasión.
Así que, una
vez más, me encuentro en una situación en la que me gustaría gritar con todas
mis fuerzas pero solo puedo callar, puesto que me enfrento a la incomprensión,
a la burla, incluso a la marginación por creer en algo que se consideraría
propio de un loco o al menos de alguien que no tiene los pies en la tierra. Una
vez más, me enfrento a la soledad de recordar.
Si fuiste soldado en una vida pasada, puedes encontrar a más como tú en Military Past Lives.
He llevado conmigo ese peso, ese deseo, toda la vida... pero aún no puedo concretar a quien o a quienes busco! Y es muy desesperante tener el sentimiento tan claro y los datos tan escasos...
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