Durante tu camino personal recordando vidas pasadas, las dudas siempre
van a estar ahí... o casi siempre. Te debes acostumbrar a su presencia. No son
malas por sí mismas. Es mucho peor que te creas absolutamente todo lo que surja
durante el transcurso de una regresión o durante un sueño. En cualquiera de los
dos casos, estamos utilizando nuestra mente, nuestro poder imaginativo (que no es lo mismo que fantasía), para
que una escena se desarrolle, para que revivamos ciertos acontecimientos. Sobre
todo al principio va a ser difícil controlar esa mente y dejar que solo sea
nuestra intuición la que nos ayude a recuperar esos recuerdos. Nuestra mente va
a rellenar los huecos, va a razonar, se va a interponer... Nos podemos
equivocar. Por ello NUNCA olvides que los recuerdos han de ser verificados.
Pero existe otro tipo de duda, que es algo más fastidiosa:
la eterna duda de si, después de todo lo que llevas investigado, después de
tantas noches sin dormir, tantas verificaciones (que sí, a veces llegan), tanto
esfuerzo para dejar de pensar en tus tareas cotidianas para centrarte en el
pasado... ¿no será que estamos todos equivocados y la reencarnación no existe?
Bueno, llevo un par de días leyendo un libro titulado El Libro Tibetano de la Vida y la Muerte,
escrito por un monje tibetano llamado Sogyal Rimpoché. Hay partes con las que
no concuerdo en absoluto. A pesar de que considero que el budismo se aproxima
bastante a la realidad, no deja de ser una filosofía con muchos años de
antigüedad, y además tampoco tiene en cuenta otras enseñanzas que han surgido
posteriormente como las descripciones del mundo espiritual que hacen los
pacientes del Dr. Michael Newton. En mi opinión, cojea mucho cuando habla del
karma, y se pierde un poco cuando comienza a hablar de moralidad. Desgraciadamente aquí es donde se demuestra que el budismo no deja de ser una
religión, aunque no dejen de negarlo. Lo que cuenta acerca de los distintos
bardos también se queda muy corto. Me da la impresión de que algunos lamas han
llegado a tener importantes experiencias en el astral, pero aún no han
alcanzado toda la Verdad. No les culpo por ello, son humanos como todos nosotros, aunque algunas
personas se deslumbren con sus enseñanzas. Aún así, a pesar de estas críticas, creo
que muchos de sus pensamientos, pero sobre todo la técnica de la meditación y
cómo mediante ella se puede llegar a vislumbrar —solo vislumbrar— la naturaleza
de la mente humana, me parece un conocimiento de valor incalculable que jamás
deberíamos perder.
Pero la cuestión es que Rimpoché hablaba de las dudas de este modo:
No nos tomemos las dudas con exagerada seriedad ni las dejemos crecer desproporcionadamente; no las veamos sólo en blanco y negro ni reaccionemos a ellas con fanatismo. Lo que hemos de aprender es a ir cambiando poco a poco nuestro concepto de la duda apasionada y culturalmente condicionada, por otra más libre, humorística y compasiva. Esto quiere decir que debemos dar tiempo a las dudas, y darnos tiempo a nosotros mismos para encontrar respuestas que no sean meramente intelectuales o «filosóficas», sino vivas, reales, auténticas y operativas. Las dudas no pueden resolverse por sí mismas inmediatamente, pero si tenemos paciencia puede crearse un espacio en nuestro interior en el que las dudas puedan examinarse, desembrollarse, disolverse y curarse de un modo cuidadoso y objetivo. Lo que nos falta, sobre todo en esta cultura, es el correcto ambiente mental, ricamente espacioso y libre de distracción, que sólo puede crearse mediante la práctica sostenida de la meditación y en el que las intuiciones pueden tener ocasión de madurar lentamente.
No tenga demasiada prisa para resolver todas sus dudas y problemas; como dicen los maestros, «apresúrese lentamente». Yo siempre les aconsejo a mis alumnos que no se formen expectativas excesivas, porque el crecimiento espiritual lleva su tiempo. Se precisan años para aprender correctamente el japonés o para llegar a ser médico: ¿de veras podemos creer que obtendremos todas las respuestas, y mucho menos que alcanzaremos la Iluminación, en unas cuantas semanas? El viaje espiritual supone un aprendizaje y una purificación constantes. Cuando se sabe esto, se vuelve uno más humilde. En este sentido, hay un conocido proverbio tibetano: «No confundas la comprensión con el conocimiento profundo, ni confundas el conocimiento profundo con la liberación». Y Milarepa dijo: «No abrigues esperanzas de conocimiento total, pero practica toda tu vida». Uno de los aspectos de mi tradición que he llegado a apreciar más es su carácter práctico y hasta prosaico, y su intensa convicción de que los mayores logros exigen la más profunda paciencia y el más largo tiempo.
Estoy
completamente de acuerdo con esto. La mayoría de la gente busca respuestas, y
las quiere ya. Al principio les solía decir: “Busca en tu interior, ahí es
donde están las respuestas”. Pero a mucha gente les asusta la palabra “meditación”
y creen que no pueden hacerlo. Cuando descubres lo fácil que es realmente
recordar vidas pasadas, que nuestros recuerdos no están enterrados en los más
profundo de nuestra psique, sino que forman parte de nosotros y pueden hacerse
conscientes en menos de un minuto, te quedas sorprendido. Lo que más nos ata
son nuestros propios miedos, nuestros límites, aquellas creencias que nos hemos
construido desde niños, los muros de nuestra propia prisión. Así lo dice
también Rimpoché.
Hasta hace
poco solía decir que estaba 100% convencida de que la reencarnación es un
hecho, pero que siempre decía que era de un 95% para no parecer una arrogante,
puesto que he venido comprobando que si dices estar tan segura de estas
verdades trascendentales, la gente parece molestarse. Cuando experimenté mi
primer desdoblamiento consciente ese porcentaje lo subí al 98-99%, porque una
experiencia extracorpórea es tan increíblemente transformadora que ya es
imposible decir que solo somos nuestro cuerpo físico. Ahora me he dado cuenta
de que si no me atrevía a decir un 100% era porque yo misma aún albergaba una
pequeña duda de estar equivocada. Pero el otro día se esfumó. Noté cómo
desaparecía sin más, cómo el poco desasosiego que me quedaba se iba para no
volver y me invadía una infinita paz interna. La razón fue que por fin descubrí
el principio científico que explica que los seres humanos somos alma y cuerpo
al mismo tiempo. Ni siquiera las doctrinas religiosas o espirituales más
elaboradas han llegado tan lejos. Esa era la última pieza que me quedaba para
completar mi rompecabezas personal e intransferible sobre lo que somos y lo que venimos a hacer
aquí. Era mi mente científica la que necesitaba ese último eslabón. Y leyendo a
Rimpoché supe a qué se refería cuando habla de que todos podemos alcanzar la
iluminación.
No creo en
la iluminación como medio para liberarnos del samsara o “Rueda de la Vida”. No creo en el karma como lo plantean
los budistas. No creo que esta especie de revelación final que he tenido me
convierta en una especie de santa que ya solo se reencarnará para ayudar a los
demás. Creo que nada asegura que en mi próxima encarnación no lo pasaré mal,
por mucho bien que haya hecho a los demás en esta vida. No creo en ningún
sistema de premio y castigo, lo llamen como lo llamen. Creo que el único
propósito por el que estamos aquí es para experimentar, y volveré mientras me
divierta o piense que tengo cosas que hacer aquí, no porque ningún karma me
obligue a ello. Como bien dice Rimpoché:
Para
encarnar lo trascendente es por lo que estamos aquí.
Con saber esto nos basta y nos sobra, y no entiendo por qué tenemos que complicar tanto las cosas y sacarnos de la nada tantas creencias absurdas que no nos llevan a ningún sitio.
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