Hace tiempo que no publico nada nuevo en el blog, y es que
mi vida se ha convertido en una especie de torbellino en la que apenas
encuentro tiempo para hacer todo lo que me gustaría hacer. He vuelto a
trabajar, tengo dos libros por acabar de escribir y publicar, otro esperando en
algún rincón de mi mente, y múltiples proyectos que sacar adelante. Digamos que
mi energía se halla un tanto dispersa, y por tanto me es difícil concretar mis
ideas y plasmarlas en una breve entrada. Pero aún así, lo intentaré.
El otro día conocí a una persona que me va a ayudar en uno
de esos otros ámbitos de mi vida, y me dijo que se dedicaba a “empoderar” a las
personas. Me gustó esa palabra. Por supuesto, se refiere a un “empoderamiento”
en el buen sentido, no en la forma de empoderamiento que tienen muchos
políticos. Se refería a dar a las personas las herramientas, los conocimientos
y la confianza necesaria para trabajar utilizando determinadas técnicas de
curación.

Esta mañana me decía a mí misma: “Tal vez es solo el poder
de la fe”. ¿Me siento así simplemente porque mis experiencias me han llevado a creer firmemente en la reencarnación y
la supervivencia después de la muerte? La respuesta es instantánea: NO. “La fe
mueve montañas”, dicen. No es que pueda negarlo, porque el poder de la mente
humana no tiene límites. Sin embargo, sé que lo mío es mucho más que fe. Recuerdo
varias vidas en las que la fe fue importante, en las que puse mis esperanzas y
mis deseos en algo externo a mí. En esas vidas vi cómo otros se entregaban a
esa fe, pero eso jamás les condujo a una vida mejor, sino a la resignación más
absoluta, permitiendo que otros siguieran cometiendo sus crímenes impunemente.
También me apena ser testigo aún hoy día de personas que creen que respondiendo
“Amén” en un mensaje de Facebook con una bonita foto de un santo se vayan a
solucionar las cosas. No. Las cosas se solucionan actuando, tomando partido,
siendo conscientes de que no tenemos nada que perder, que estamos aquí para
vivir con todas las consecuencias, no para escondernos detrás del miedo o la
inseguridad, que es lo que nos hace pedir a otros que las cosas vayan bien,
cuando somos nosotros los únicos que podemos trabajar en ese sentido. A mí la
fe por sí sola jamás me sirvió. Pero sí me sirve haber llegado a la convicción,
a través de mis propias experiencias, de que la reencarnación es un hecho. Y, sobre todo, haber recordado quién soy y de lo que soy capaz, para no caer en la desesperanza y continuar luchando por construir un mundo mejor, aunque vuelva a fracasar. Después de todo, no es el resultado lo que cuenta, sino la intención. O, al menos, eso dicen...
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