jueves, 18 de diciembre de 2014

Locas divagaciones (6).

La verdad es que vivo desconcertada. Sobre todo cuando me decido a salir de mi refugio (léase autoaislamiento) y echo un vistazo al mundo que me rodea. Es una paradoja que viviendo en este mundo que creemos tan evolucionado, lleno de personas que creen que hemos alcanzado la cúspide de la perfección y que la ciencia nos traerá respuestas a todo, la mayoría aún tenga tantas dudas acerca de lo que somos realmente y lo que ocurre cuando morimos y abandonamos nuestro cuerpo físico. El mundo es una ilusión, dicen unos. Sí, en eso estoy de acuerdo. La realidad es aquella que nosotros mismos nos creamos (ver entradas como La cuchara no existe). Otros afirman, como si hubieran descubierto de pronto algo en lo que nadie nunca antes había reparado, que estamos controlados por razas extraterrestres, e incluso llegan a dudar, en el colmo de las fantasías sin sentido, que el túnel que algunos han visto en sus experiencias cercanas a la muerte, no es más que otra ilusión en la que alguien nos convence de que tenemos que seguir reencarnando para que no podamos escapar a esa Rueda de la Vida, concepto que se originó en la religión hinduista. Sí, es como intentar explicar algo no demostrado con algo que también está sin demostrar. Una especie de festival de la incongruencia, generalmente organizado por personas que han leído mucho pero han entendido poco y desde luego no lo han vivido en persona. Estamos saturados de información, pero información muchas veces tan falta de base y sentido común, que hay otra parte de la población que decide enviar todas esas fantasías a la basura y arrimarse a la extrema racionalidad de la ciencia. Tan extrema que niega todo lo que sus microscopios no pueden ver y todo lo que sus fórmulas matemáticas no pueden explicar. Así, tenemos que esperar cuatro años para que un científico considerado por sus colegas casi una eminencia en el estudio de la muerte, nos comunique los resultados de su estupendo estudio: que de 2060 pacientes que sufrieron un paro cardiaco, solo nueve experimentaron una experiencia cercana a la muerte, de estos solo dos una experiencia extracorporal, y por supuesto, ninguno pudo decir qué imágenes aparecían en una pantalla situada en lo alto de la habitación mientras trataban de reanimarlo... sobre todo porque cuando lo sufrieron no había ninguna de esas pantallas en su habitación. Eso sí, parece que está empeñado en hacernos resucitar como sea, igual que aquellos que abogan por la criogenización de nuestros cadáveres, cuando en realidad ya somos inmortales...


Como salir de mi refugio me suele dar ganas de llorar, no tardo en volver a él, para darme de cabezazos contra la pared, quejarme donde haga falta (generalmente en el Facebook, que total, ya saben que soy una borde, o en mi foro, que hay confianza), o simplemente seguir a mi rollo, que es el de estudiar sin descanso, porque aún busco respuestas, o el de recordar mis vidas pasadas, porque ya que puedo, no quiero dejar de hacerlo.

Y, sin embargo, es curioso que las pocas veces que decido expresar lo que pienso o siento, y trato de hacer llegar a la gente mi mensaje de que dejen de preocuparse, porque la muerte no existe y tenemos formas de comprobarlo, también acabo malparada. Bien porque no me creen, bien porque les molesta que yo lo tenga tan claro (como me pasó aquí), o... la verdad es que no lo sé. Digas lo que digas, la gente sigue dudando. Sí, yo también, a veces. Pero después de todas las experiencias que he tenido y lo que he aprendido, tengo una seguridad interna que me hace tomarme las cosas de una forma distinta a como lo hacía antes. Mi seguridad de que sobrevivimos a la muerte es total, aunque por lo general diga que es del 99% para no levantar ampollas y que no me acusen de iluminada (aunque la verdad es que te lo van a llamar de todas formas. Eso o vidente, aunque no lo seas). Las dudas a las que me refiero son otras, mucho más dañinas: las dudas de todos aquellos que pierden a alguien querido y su primer deseo es recibir un mensaje o encontrárselos en el astral; las dudas de los que ven fantasmas y aparte de pasar mucho miedo, temen que les tomen por locos o que se burlen de ellos; o las dudas de los que recordamos vidas pasadas y somos incapaces de dejar de pensar que es nuestra imaginación o que el psicólogo tiene razón y va a ser que padecemos algún trastorno mental, por ejemplo una depresión que solo es posible curar si te pasas drogado todo el día. También son preocupantes las dudas de los que escriben revistas de misterio y ven que todo el mundo alrededor se ha vuelto más y más loco, y en vez de ahondar de otra manera en los fenómenos paranormales, toman una actitud más escéptica y los reportajes se van convirtiendo en artículos pseudo-científicos que insinúan que todo es producto del cerebro.

Por eso, cuando de pronto descubro un libro publicado hace más de cien años y veo que lo que ahí se describe son crudas experiencias, relatadas por su protagonista, tratando de darle una explicación lógica y racional, sin ninguna floritura “espiritual” ni la presencia de extraterrestres grises de ojos almendrados, y resulta que esas experiencias coinciden en gran medida con mis propias experiencias y las de otras personas que conozco y que sé son serias y confiables, me pregunto: ¿qué nos ha pasado? ¿Por qué cien años después parece que hemos retrocedido en nuestro conocimiento del ser humano? ¿Por qué, si hace cien años, ya existían personas que investigaban las apariciones, por ejemplo, y eran capaces de proyectarse astralmente y dar una explicación racional a los poltergeists, hoy seguimos sumidos en el desconocimiento? Me pasó lo mismo con el primer libro que me leí sobre el cuerpo astral: por entonces buscaba respuestas a mis propias experiencias, que es lo que me impulsa principalmente, aparte del propio conocimiento (y mi curiosidad insaciable). Y en ese libro no es que estuvieran todas ellas, pero me ayudó a entender mucho mejor lo que estaba experimentando y mi propia naturaleza humana. Ese libro procedía de una época en la que el espiritismo estaba en auge y existían muchos círculos ocultistas. Y también se estudiaban con mucha seriedad e interés los fenómenos psíquicos. Después, alguien dijo que todo lo que hacían aquellos hombres y mujeres, empezando por las hermanas Fox, no era más que un fraude, y debe ser que ganó la partida ya para la posteridad. Parece ser que eso se hizo extensible a todos aquellos estudiosos, y hoy todo ese amplio conocimiento permanece en la oscuridad. Digo conocimiento aunque es probable que esté incompleto o equivocado, por supuesto. Igual que ahora, aquellos hombres solo tenían teorías para explicar lo que vivían, solo que hoy es más normal encontrarte con gente que afirma saberlo todo que encontrarte con alguien que diga que seguimos sin saber nada, y que lo que tenemos que hacer es experimentar y comprobarlo por nosotros mismos. Pero resulta que a pesar de que ese conocimiento podría estar incompleto o equivocado, le da mil vueltas a lo que los científicos creen saber hoy, la mayoría de ellos ciegos a lo que cuentan numerosas personas, solo pendientes de sus experimentos de laboratorio tan limitados, e incapaces de aproximarse a estos temas desde otra perspectiva. Hoy solo podemos ser testigos de ese tipo de investigaciones parapsicológicas cuando determinados grupos aficionados las realizan y las graban para algún programa de televisión... pero como es televisión, seguro que está amañado también, así que casi nadie se lo toma en serio. Por tanto, cuando pensamos en la muerte, seguimos estancados en esa visión materialista que dice que todos nos reduciremos a polvo... y es paradójico, porque hay infinidad de evidencias que demuestran lo contrario, queramos o no queramos verlo, tengamos o no tengamos explicación.

Una de las causas que me desconciertan es precisamente esa: desde que me dedico a investigar los fenómenos paranormales (o sea, casi desde que tengo uso de razón), he visto que aquí cada uno va a su bola. Unos contra otros. Los seguidores de doctrinas como la espírita o aquellos que saben de esoterismo (por supuesto, hablo del serio, no de los echadores de cartas), se sienten incomprendidos por los científicos. Los científicos, a su vez, se han atrevido en contadas ocasiones a estudiar la clarividencia y otros fenómenos de percepción extrasensorial, pero siempre encuentran alguna excusa para creer que no queda nada demostrado o que todo puede ser explicado por el cerebro. Llevamos desde mediados del siglo XX con innumerables estudios sobre experiencias cercanas a la muerte, regresiones, y psicoterapeutas que afirman que hay personas que recuerdan sus vidas pasadas. Y, por supuesto, hay muchas otras personas que dicen poder salir de su cuerpo a voluntad, o que pueden detectar e incluso comunicarse con espíritus. ¿Se sientan todos alrededor de una mesa para intentar resolver el misterio de la naturaleza humana? No. Cada uno sigue con lo suyo sin importarle lo que hacen los demás: unos sin experiencia propia pero elaborando complicadas teorías que corren el riesgo de acabar en religión; otros sin experiencia propia pero analizando hasta la última neurona, empeñados en que el misterio se resolverá cuando comprendamos cómo funciona el cerebro; y otros experimentando espontáneamente sucesos que les dejan tan atemorizados que no pueden ni hablar, o que acaban volviéndose locos porque cada persona con la que habla le dice algo distinto... Nadie escucha a nadie, y por eso no salimos de la confusión.

Yo en cambio relaciono unos fenómenos con otros y para mí todos encajan a la perfección. Un día encontraremos la forma de comprender hasta el más mínimo detalle y posiblemente la ciencia “descubrirá” por fin algo que otros saben desde hace siglos: que la mente es una entidad separada del cerebro. Hasta entonces, no entiendo por qué unos ignoran a otros. Estoy segura de que si colaboraran se enriquecerían unos a otros y avanzaríamos mucho más rápido. Me recuerda a esa imagen del elefante que ya he utilizado en alguna otra ocasión: cada uno está tan obcecado en ser él quien posea la Verdad, que no se dan cuenta de que su visión es solo parcial, y hasta que no abran su perspectiva, no se darán cuenta de que todos están estudiando distintas manifestaciones de una misma realidad. 

Quizá mi error sea esperar que un día esa confusión desaparecerá. Si hace cien años parecíamos saber más que ahora, no hay razón para pensar que esto será distinto dentro de cien años, especialmente si nos autodestruimos en una guerra nuclear y los supervivientes tienen que empezar de cero en un mundo post-apocalíptico. Solo se preocuparán de comer y no de nuestra naturaleza espiritual.

Lo que está claro es que todos los caminos espirituales son únicos e individuales. Cada uno debe buscar sus propias respuestas, del modo que le parezca más adecuado. Es imposible luchar contra los condicionamientos mentales de todas esas personas que luchan por encontrar su verdad, pero que sin darse cuenta se van adentrando en un laberinto cada vez más y más tortuoso. Creo firmemente que la Verdad está dentro de nosotros, pero incluso eso es difícil de hacer entender a alguien que tan acostumbrado está a que le lleven de la mano a todos los sitios. En ese camino hacia la Verdad, todos (yo incluida) nos tenemos que liberar de todas esas creencias que nos han implantado en nuestra mente, o todo aquello que hemos leído y hemos dado por cierto. Te tienes que despojar de todas esas envolturas y quedarte con lo más básico, con tu esencia, y con tus experiencias, sin ningún tipo de análisis. Si no sabes explicarlas, no lo hagas, porque hay cosas que solo pueden ser explicadas a través del espíritu. Es curioso que leyendo ese libro sobre la proyección astral he podido por fin entender algo que me pasó de niña, cuando un día desperté a oscuras en medio de mi cuarto totalmente desorientada. Así es como la mayoría de nosotros nos pasamos toda nuestra vida. Pero un día llegan las respuestas. Y entonces te das cuenta de que ni siquiera hacía falta buscar tanto. Si todos pudiéramos retornar de algún modo a aquel momento en el que solo éramos un niño o una niña sin ningún tipo de condicionamiento mental, tal vez recordaríamos que ya entonces sabíamos que la muerte no existe. Tal vez recordaríamos que ya entonces nos sentíamos extraños en un cuerpo que de pronto se había vuelto a hacer pequeño, y teníamos una nueva madre. Tal vez recordaríamos que nuestra abuela, ya muerta, venía a visitarnos de vez en cuando, aunque solo nosotros pudiéramos verlo. Igual que ocurre con ese conocimiento que nos legaron los ocultistas, todo eso de lo que jamás dudábamos porque para nosotros era lo más natural del mundo, lo fuimos olvidando según crecíamos e íbamos llenando nuestra mente de nuevo conocimiento que creíamos útil o más lógico (porque así nos lo decían), solo para descubrir al final que en realidad ya lo sabíamos todo y no hacía falta complicar tanto las cosas. La Verdad es una y no es necesario que nadie la reinterprete para nosotros: solo hace falta escuchar a la intuición para saber que la muerte no existe. Lo triste es que la gente no escucha o no quiere escuchar. O, en su defecto, tampoco quiere experimentar. Y contra eso, nadie puede hacer nada.

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