La verdad es que vivo desconcertada. Sobre todo cuando me
decido a salir de mi refugio (léase autoaislamiento) y echo un vistazo al mundo
que me rodea. Es una paradoja que viviendo en este mundo que creemos tan evolucionado,
lleno de personas que creen que hemos alcanzado la cúspide de la perfección y
que la ciencia nos traerá respuestas a todo, la mayoría aún tenga tantas dudas
acerca de lo que somos realmente y lo que ocurre cuando morimos y abandonamos
nuestro cuerpo físico. El mundo es una ilusión, dicen unos. Sí, en eso estoy de
acuerdo. La realidad es aquella que nosotros mismos nos creamos (ver entradas
como La cuchara no existe). Otros afirman, como si hubieran descubierto
de pronto algo en lo que nadie nunca antes había reparado, que estamos
controlados por razas extraterrestres, e incluso llegan a dudar, en el colmo de
las fantasías sin sentido, que el túnel que algunos han visto en sus
experiencias cercanas a la muerte, no es más que otra ilusión en la que alguien
nos convence de que tenemos que seguir reencarnando para que no podamos escapar
a esa Rueda de la Vida, concepto que se originó en la religión hinduista. Sí,
es como intentar explicar algo no demostrado con algo que también está sin
demostrar. Una especie de festival de la incongruencia, generalmente organizado
por personas que han leído mucho pero han entendido poco y desde luego no lo
han vivido en persona. Estamos saturados de información, pero información
muchas veces tan falta de base y sentido común, que hay otra parte de la
población que decide enviar todas esas fantasías a la basura y arrimarse a la
extrema racionalidad de la ciencia. Tan extrema que niega todo lo que sus
microscopios no pueden ver y todo lo que sus fórmulas matemáticas no pueden
explicar. Así, tenemos que esperar cuatro años para que un científico
considerado por sus colegas casi una eminencia en el estudio de la muerte, nos comunique los
resultados de su estupendo estudio: que de 2060 pacientes que sufrieron un paro
cardiaco, solo nueve experimentaron una experiencia cercana a la muerte, de estos solo
dos una experiencia extracorporal, y por supuesto, ninguno pudo decir qué
imágenes aparecían en una pantalla situada en lo alto de la habitación mientras
trataban de reanimarlo... sobre todo porque cuando lo sufrieron no había
ninguna de esas pantallas en su habitación. Eso sí, parece que está empeñado en
hacernos resucitar como sea, igual que aquellos que abogan por la
criogenización de nuestros cadáveres, cuando en realidad ya somos inmortales...
Como salir de mi refugio me suele dar ganas de llorar, no
tardo en volver a él, para darme de cabezazos contra la pared, quejarme donde
haga falta (generalmente en el Facebook, que total, ya saben que soy una borde,
o en mi foro, que hay confianza), o simplemente seguir a mi rollo, que es el de
estudiar sin descanso, porque aún busco respuestas, o el de recordar mis vidas
pasadas, porque ya que puedo, no quiero dejar de hacerlo.
Y, sin embargo, es curioso que las pocas veces que decido
expresar lo que pienso o siento, y trato de hacer llegar a la gente mi mensaje
de que dejen de preocuparse, porque la muerte no existe y tenemos formas de
comprobarlo, también acabo malparada. Bien porque no me creen, bien porque les
molesta que yo lo tenga tan claro (como me pasó aquí), o... la verdad es que no
lo sé. Digas lo que digas, la gente sigue dudando. Sí, yo también, a veces.
Pero después de todas las experiencias que he tenido y lo que he aprendido,
tengo una seguridad interna que me hace tomarme las cosas de una forma distinta
a como lo hacía antes. Mi seguridad de que sobrevivimos a la muerte es total,
aunque por lo general diga que es del 99% para no levantar ampollas y que no me
acusen de iluminada (aunque la verdad es que te lo van a llamar de todas
formas. Eso o vidente, aunque no lo seas). Las dudas a las que me refiero son
otras, mucho más dañinas: las dudas de todos aquellos que pierden a alguien
querido y su primer deseo es recibir un mensaje o encontrárselos en el astral;
las dudas de los que ven fantasmas y aparte de pasar mucho miedo, temen que les
tomen por locos o que se burlen de ellos; o las dudas de los que recordamos vidas
pasadas y somos incapaces de dejar de pensar que es nuestra imaginación o que
el psicólogo tiene razón y va a ser que padecemos algún trastorno mental, por
ejemplo una depresión que solo es posible curar si te pasas drogado todo el día.
También son preocupantes las dudas de los que escriben revistas de misterio y
ven que todo el mundo alrededor se ha vuelto más y más loco, y en vez de
ahondar de otra manera en los fenómenos paranormales, toman una actitud más
escéptica y los reportajes se van convirtiendo en artículos pseudo-científicos
que insinúan que todo es producto del cerebro.
Por eso, cuando de pronto descubro un libro publicado hace
más de cien años y veo que lo que ahí se describe son crudas experiencias,
relatadas por su protagonista, tratando de darle una explicación lógica y racional, sin
ninguna floritura “espiritual” ni la presencia de extraterrestres grises de ojos almendrados, y resulta que esas experiencias coinciden en gran medida con mis propias experiencias y las
de otras personas que conozco y que sé son serias y confiables, me pregunto:
¿qué nos ha pasado? ¿Por qué cien años después parece que hemos retrocedido en
nuestro conocimiento del ser humano? ¿Por qué, si hace cien años, ya existían
personas que investigaban las apariciones, por ejemplo, y eran capaces de
proyectarse astralmente y dar una explicación racional a los poltergeists, hoy
seguimos sumidos en el desconocimiento? Me pasó lo mismo con el primer libro
que me leí sobre el cuerpo astral: por entonces buscaba respuestas a mis propias
experiencias, que es lo que me impulsa principalmente, aparte del propio
conocimiento (y mi curiosidad insaciable). Y en ese libro no es que estuvieran todas ellas, pero me ayudó a
entender mucho mejor lo que estaba experimentando y mi propia naturaleza humana.
Ese libro procedía de una época en la que el espiritismo estaba en auge y
existían muchos círculos ocultistas. Y también se estudiaban con mucha seriedad
e interés los fenómenos psíquicos. Después, alguien dijo que todo lo que hacían
aquellos hombres y mujeres, empezando por las hermanas Fox, no era más que un fraude,
y debe ser que ganó la partida ya para la posteridad. Parece ser que eso se
hizo extensible a todos aquellos estudiosos, y hoy todo ese amplio conocimiento
permanece en la oscuridad. Digo conocimiento aunque es probable que esté
incompleto o equivocado, por supuesto. Igual que ahora, aquellos hombres solo
tenían teorías para explicar lo que vivían, solo
que hoy es más normal encontrarte con gente que afirma saberlo todo que encontrarte con alguien
que diga que seguimos sin saber nada, y que lo que tenemos que hacer es
experimentar y comprobarlo por nosotros mismos. Pero resulta que a pesar de que
ese conocimiento podría estar incompleto o equivocado, le da mil vueltas a lo
que los científicos creen saber hoy, la mayoría de ellos ciegos a lo que
cuentan numerosas personas, solo pendientes de sus experimentos de laboratorio
tan limitados, e incapaces de aproximarse a estos temas desde otra perspectiva.
Hoy solo podemos ser testigos de ese tipo de investigaciones parapsicológicas
cuando determinados grupos aficionados las realizan y las graban para algún
programa de televisión... pero como es televisión, seguro que está amañado
también, así que casi nadie se lo toma en serio. Por tanto, cuando pensamos en
la muerte, seguimos estancados en esa visión materialista que dice que todos
nos reduciremos a polvo... y es paradójico, porque hay infinidad de evidencias
que demuestran lo contrario, queramos o no queramos verlo, tengamos o no
tengamos explicación.
Una de las causas que me desconciertan es precisamente esa:
desde que me dedico a investigar los fenómenos paranormales (o sea, casi desde
que tengo uso de razón), he visto que aquí cada uno va a su bola. Unos contra
otros. Los seguidores de doctrinas como la espírita o aquellos que saben de
esoterismo (por supuesto, hablo del serio, no de los echadores de cartas), se
sienten incomprendidos por los científicos. Los científicos, a su vez, se han
atrevido en contadas ocasiones a estudiar la clarividencia y otros fenómenos de
percepción extrasensorial, pero siempre encuentran alguna excusa para creer que
no queda nada demostrado o que todo puede ser explicado por el cerebro. Llevamos
desde mediados del siglo XX con innumerables estudios sobre experiencias
cercanas a la muerte, regresiones, y psicoterapeutas que afirman que hay
personas que recuerdan sus vidas pasadas. Y, por supuesto, hay muchas otras
personas que dicen poder salir de su cuerpo a voluntad, o que pueden detectar e
incluso comunicarse con espíritus. ¿Se sientan todos alrededor de una mesa para
intentar resolver el misterio de la naturaleza humana? No. Cada uno sigue con
lo suyo sin importarle lo que hacen los demás: unos sin experiencia propia pero
elaborando complicadas teorías que corren el riesgo de acabar en religión; otros sin
experiencia propia pero analizando hasta la última neurona, empeñados en que el
misterio se resolverá cuando comprendamos cómo funciona el cerebro; y otros
experimentando espontáneamente sucesos que les dejan tan atemorizados que no
pueden ni hablar, o que acaban volviéndose locos porque cada persona con la que
habla le dice algo distinto... Nadie escucha a nadie, y por eso no salimos de
la confusión.
Yo en cambio relaciono unos fenómenos con otros y para mí todos
encajan a la perfección. Un día encontraremos la forma de comprender hasta el
más mínimo detalle y posiblemente la ciencia “descubrirá” por fin algo que
otros saben desde hace siglos: que la mente es una entidad separada del
cerebro. Hasta entonces, no entiendo por qué unos ignoran a otros. Estoy segura de que si colaboraran se enriquecerían unos a otros y avanzaríamos mucho más rápido. Me recuerda
a esa imagen del elefante que ya he utilizado en alguna otra ocasión: cada uno
está tan obcecado en ser él quien posea la Verdad, que no se dan cuenta de que su visión es solo parcial, y hasta que no abran su perspectiva, no se darán cuenta
de que todos están estudiando distintas manifestaciones de una misma realidad.
Quizá mi error sea esperar que un día esa confusión
desaparecerá. Si hace cien años parecíamos saber más que ahora, no hay razón para
pensar que esto será distinto dentro de cien años, especialmente si nos
autodestruimos en una guerra nuclear y los supervivientes tienen que empezar de
cero en un mundo post-apocalíptico. Solo se preocuparán de comer y no de
nuestra naturaleza espiritual.
Lo que está claro es que todos los caminos espirituales son
únicos e individuales. Cada uno debe buscar sus propias respuestas, del modo
que le parezca más adecuado. Es imposible luchar contra los condicionamientos
mentales de todas esas personas que luchan por encontrar su verdad, pero que sin
darse cuenta se van adentrando en un laberinto cada vez más y más tortuoso.
Creo firmemente que la Verdad está dentro de nosotros, pero incluso eso es
difícil de hacer entender a alguien que tan acostumbrado está a que le lleven
de la mano a todos los sitios. En ese camino hacia la Verdad, todos (yo
incluida) nos tenemos que liberar de todas esas creencias que nos han
implantado en nuestra mente, o todo aquello que hemos leído y hemos dado por
cierto. Te tienes que despojar de todas esas envolturas y quedarte con lo más
básico, con tu esencia, y con tus experiencias, sin ningún tipo de análisis. Si
no sabes explicarlas, no lo hagas, porque hay cosas que solo pueden ser
explicadas a través del espíritu. Es curioso que leyendo ese libro sobre la
proyección astral he podido por fin entender algo que me pasó de niña, cuando
un día desperté a oscuras en medio de mi cuarto totalmente desorientada. Así es
como la mayoría de nosotros nos pasamos toda nuestra vida. Pero un día llegan
las respuestas. Y entonces te das cuenta de que ni siquiera hacía falta buscar
tanto. Si todos pudiéramos retornar de algún modo a aquel momento en el que
solo éramos un niño o una niña sin ningún tipo de condicionamiento mental, tal
vez recordaríamos que ya entonces sabíamos que la muerte no existe. Tal vez
recordaríamos que ya entonces nos sentíamos extraños en un cuerpo que de pronto
se había vuelto a hacer pequeño, y teníamos una nueva madre. Tal vez
recordaríamos que nuestra abuela, ya muerta, venía a visitarnos de vez en
cuando, aunque solo nosotros pudiéramos verlo. Igual que ocurre con ese
conocimiento que nos legaron los ocultistas, todo eso de lo que jamás dudábamos porque para nosotros era lo más natural del mundo, lo fuimos olvidando según crecíamos e íbamos llenando nuestra
mente de nuevo conocimiento que creíamos útil o más lógico (porque así nos lo
decían), solo para descubrir al final que en realidad ya lo sabíamos todo y
no hacía falta complicar tanto las cosas. La Verdad es una y no es necesario
que nadie la reinterprete para nosotros: solo hace falta escuchar a la
intuición para saber que la muerte no existe. Lo triste es que la gente no
escucha o no quiere escuchar. O, en su defecto, tampoco quiere experimentar. Y contra eso, nadie puede hacer nada.
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