Por desgracia, es una constante cuando hablo con no
reencarnacionistas (esto incluye también a algunos de los que creen en la
reencarnación pero no han recordado sus vidas pasadas): la tendencia a echar la
culpa de las cosas malas que pasan en el mundo a algo externo a nosotros, ya
sea Dios, el enemigo, el vecino, el karma, los miembros de otra religión que no
sea la nuestra, los gobernantes, los extraterrestres… Ya nos lo decían nuestras
abuelas desde pequeñitos: “Es que venimos al mundo a sufrir… porque Dios así lo
quiso, para expiar nuestros pecados…” Parece ser que todos creemos a nuestras
abuelas… porque pasan los años y el 80% de la gente sigue repitiendo la misma
cantinela.
Sospecho que una de las razones por las que mucha gente no
cree en la reencarnación o ni siquiera se lo plantea, es porque eso te hace
responsable de tus acciones. Aunque claro, si creer en la reencarnación supone creer también en la tan manida
“Ley del Karma”, que tal y como es entendida generalmente es lo mismo que el
cielo y el infierno de la religión católica pero con otro nombre (y para colmo el
castigo es en vida), yo tampoco creería… Pero como he dicho otras veces, aquí no
hablamos de religiones ni de creencias, sino de hechos comprobados. Y lo que
hemos observado las personas que recordamos varias vidas pasadas, es que no
existe la ley del karma. Pero eso no quita que seas responsable de tus actos, y
que tarde o temprano tengas que hacer frente a las consecuencias de esos actos,
ya sean buenas o malas.
Cuando recuerdas varias vidas pasadas te das cuenta de que
desde que tienes uso de razón, la vida te pone a prueba, y presenta ante ti
retos, situaciones más o menos serias que requieren de ti una decisión. No
importa si ocupas una posición de autoridad o si eres un esclavo, no importa si
eres rico o pobre… puede ser que la vida de miles de personas esté en tus
manos, o puede que tengas que decidir sobre cargar con un niño vagabundo o
abandonarlo a su suerte, puede que alguien te haga algo malo y luego tú tengas
la oportunidad de hacerle daño a él o perdonarle. Puede que actúes porque crees
que tus valores morales o de la época lo dictan así, o porque consideras que es
tu trabajo, o simplemente porque tienes que defenderte. Da igual la razón por
la que actúes (al menos en el tema que nos ocupa hoy), el caso es que tienes
que tomar una decisión, y a veces te equivocas…
Adonde quiero llegar es que te das cuenta de que el mundo es
el resultado de las decisiones de todos los millones de personas que vivimos en
él, ni más ni menos. El sufrimiento lo creamos nosotros, y no existen excusas
para no hacer lo correcto, aunque siempre encontraremos alguna para
justificarnos. Dios (si es que existe) no permite nada… ni tiene por qué salvarnos de nada, entre
otras cosas porque nuestras malas acciones no nos van a condenar a nada después
de muertos, excepto a vivir en el mundo que nosotros mismos hemos creado. Somos
como niños en plena etapa de crecimiento, y los niños solo aprenden cayendo y
levantándose, no cometiendo la fechoría y luego esperando que su madre venga a
sacarles del atolladero.
Muchos pueden decir: “Yo ya me he dado cuenta de eso y no recuerdo
mis vidas pasadas”. Y yo respondería: “No, no es lo mismo”. Porque hasta que no
te conoces a ti mismo de verdad y no sabes de dónde vienes, no eres consciente
de lo que eres capaz de hacer, ni de lo que has hecho en el pasado. La mayoría de
nosotros nos consideramos buenas personas, incapaces de hacer daño ni a una
mosca… y miramos por encima del hombro a los que bajo nuestro punto de vista
actúan con maldad. Nos apresuramos a juzgar al otro “porque yo nunca haría algo
así”, o decimos a la ligera frases como “A ver si se pudre en la cárcel”.
Cuando investigas y empiezas a ver que en el pasado tú también pudiste ser
encarcelado o te condenaron siendo inocente, o mataste en una guerra porque así
te lo ordenó tu superior bajo pena de muerte, entonces, solo entonces, te das
cuenta de que todos somos humanos y todos podemos haber cometido actos de los que no nos sentimos especialmente orgullosos.
Y tan malo es hacer algo incorrecto, como decidir permanecer
impasibles ante lo que consideramos injusto. Siempre es más fácil bajar la
cabeza y musitar “Así lo ha querido la Providencia”, que luchar y poner en
peligro tu propia vida. Esa vida que consideramos sagrada porque pensamos que
es la única… cuando no lo es. Posiblemente eso forme parte de las reglas del
juego, porque pone aún más a prueba nuestra moral y nuestra capacidad para
hacer lo que creemos correcto, aunque eso implique sacrificarnos a nosotros
mismos.
No dejamos nunca de echar la culpa a los demás de nuestras
desgracias, siempre queremos buscar culpables para descargarnos de nuestra
propia responsabilidad, siempre dejamos para mañana lo que podemos hacer hoy,
esperando a que otros lo hagan por nosotros o esperando a que baje Dios o bajen
los Maestros Ascendidos para sacarnos las castañas del fuego, mientras que con
nuestro silencio o nuestra inacción nos hacemos cómplices de este mundo oscuro
en el que vivimos y que nunca podremos cambiar si no cambiamos nosotros mismos
primero. Pero para hacer eso hay que empezar por conocernos a
nosotros mismos, para saber qué es lo que tenemos que cambiar, y cómo podemos
ser algo mejores. Y como siempre digo, no es suficiente con vanas palabras y
bonitas intenciones. Hay que ponerse manos a la obra. Ya.
Aparte de esto, existe otra vertiente del mismo tema que es
la del sufrimiento que conlleva el padecimiento de alguna enfermedad, el haber
nacido con alguna discapacidad, el haber sufrido un accidente de moto y haberte
quedado tetrapléjico, perder un hijo a manos de un asesino… Aunque en este caso
se trate de algo mucho más delicado, la actitud de muchas de estas personas
viene a ser la misma: ante la incomprensión de por qué nos ha sucedido esto,
muchos intentan una vez más culpar a otros… o, incluso en el peor de los casos, también se culpan a sí mismos por habérselo merecido en otra vida (este comentario lo he
oído más de una vez aunque parezca mentira). Pues bien, el tiempo y las vidas
que todos hemos vivido, cuando te haces consciente de ellas y sabes por todo lo
que has pasado con anterioridad, nos dan otra perspectiva de la razón que hay
detrás de estos acontecimientos. Hoy voy a dejar de lado el concepto de la
preplanificación (en la que aún me cuesta creer y no hay suficientes evidencias
a su favor), pero cuando recuerdas varias vidas comprendes que no tiene por qué
haber ninguna razón. Simplemente, es la vida. Algunas veces es fácil, otras
veces no lo es tanto. A veces morimos jóvenes, otras veces ancianos. A veces
somos sanos y fuertes, otras veces arrastramos alguna dolencia física (incluso
psíquica). A veces somos inteligentes, otras veces no tanto. Notamos diferencias
sutiles en la personalidad, probablemente consecuencia de la genética de
nuestro cuerpo. Sin embargo, cuando nos toca pasar por alguna
de estas circunstancias, muchas veces no somos capaces de ver más allá del
dolor, y olvidamos que cada una de estas experiencias no son más que una
oportunidad para probarnos a nosotros mismos, para saber hasta dónde podemos
llegar, para observar cómo reaccionamos ante esas circunstancias y luego
valorar si lo pudimos hacer mejor. Por muy duras que sean las pruebas, incluso
cuando no las superamos, siempre saldremos más fortalecidos. Pase lo que pase,
la reencarnación siempre nos da una segunda oportunidad. Repito: SIEMPRE. Y nos
la da a todos, sin excepción. Y esto no es que lo crea. Es que lo sé.
Más allá de las religiones, noto que hay cierta resistencia
entre mucha gente a creer que no existe el concepto de justicia en el más allá
tal y como lo conocemos en su versión humana. Parece que inconscientemente
todos esperamos que el que ha hecho algo malo lo tiene que pagar, de una forma
u otra. Si no es ardiendo en el infierno, tiene que ser por una desgracia que
le sobrevenga a esta persona o a su familia, y si nos ocurre a nosotros, es
porque seguro que hemos hecho algo malo, aunque no sepamos el qué. No concebimos
que “los buenos” pasen una vida de penurias mientras que “los malos” disfruten
de todas las comodidades posibles, no solo en esta vida, sino también en la
siguiente… Por fortuna para nosotros, tengo la seguridad de que esto no es así.
No sé si elegimos o no nuestras experiencias, pero sí sé que esas experiencias
no dependen de lo malo o bueno que hayas sido en el pasado. Sufrimos, sí,
porque el sufrimiento es inherente a la especie humana, igual que el dolor es
inherente al cuerpo físico, incluso cuando anuncia el nacimiento de una nueva
vida. Pero el sufrimiento no es malo por sí mismo. Debemos aprender a sacar
siempre lo positivo de lo negativo. Sé que esto es muy, muy difícil de hacer, y
que muchos pensarán que no sé lo que me digo o que estoy trivializando
demasiado. Lo comprendo. Hubo un tiempo que a mí también me costaba creerlo…
hasta que recordé mis vidas pasadas y supe que todo sufrimiento tiene su final,
y que si hoy soy quien soy, es gracias a las dificultades que poco a poco me han
ido forjando. Todos nosotros somos mucho más fuertes de lo que creemos y hemos
visto y hecho cosas que hoy ni siquiera imaginaríamos. Es una lástima que no podamos
recordarlo todo. Pero cada vez que descubrimos algo nuevo, sí que podemos
integrar ese pedazo de nuestro antiguo yo en nuestro yo actual, ayudándonos a
enfrentar mejor los retos que aún nos aguardan.
Debemos aceptar la vida tal y como es, con su lado amable,
pero también con su lado oscuro. En nuestra mano está convertir la oscuridad en
luz.
Información adicional:
Justicia humana Vs Justicia divina.
¿Qué es el karma?
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Justicia humana Vs Justicia divina.
¿Qué es el karma?
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