No tengo ni idea de cuántos reencarnacionistas existirán en
el mundo ahora mismo. Me refiero a reencarnacionistas “de verdad”, que
recuerden sus vidas pasadas y que tengan buenas razones para pensar que la
reencarnación es un hecho, no que crean en la reencarnación solo porque su
religión se lo ha dicho así. Probablemente eso dejaría fuera a la mayor parte
del mundo oriental, así que nos quedaríamos solo con el mundo occidental.
Dentro del mundo occidental, hay una clara distinción entre el mundo
hispanohablante (aquí opino sobre todo por lo que veo en España, que es el país
donde vivo) y el mundo anglohablante. Calculo que hay una diferencia de unos 40
años en cuanto al tiempo en que se lleva investigando. Y este tiempo es
directamente proporcional a la seriedad con la que se habla de la
reencarnación (si bien la seriedad no es tanta como la que sería de esperar, para nuestra desgracia). Mi visión del “mundo” es bastante reducida, a pesar de que
internet me la ha ampliado en cierta medida. Por ello creo que podría asegurar
que en el mundo anglohablante el sector de la población que se toma en serio la
reencarnación puede que sea de un 5%. En el mundo hispanohablante este
porcentaje se reduciría a un 0.0001%. Básicamente se reduce a mi casa, unos
pocos “vecinos” virtuales, y unos pocos al otro lado del charco. Los demás se
lo toman a chirigota o se ahogan en un mar de dudas…
Sí. Son cálculos aproximados. Y bastante sesgados,
seguramente. En realidad escribo esto porque necesito llorar un poco. Recordar
vidas pasadas es un camino muy duro, y en ocasiones muy solitario. Todos los
días me dan ganas de cerrar el blog, pero no sé por qué todos los días acabo
encontrando otra razón para no cerrarlo. La más importante es que soy muy
testaruda y no me rindo con facilidad. Y otra es que este blog no lo hago solo
yo, aunque lo parezca. Hay muchas otras personas que aunque prefieren seguir en
el anonimato (y muchas ni siquiera sabrán nunca lo que han significado para
mí), están detrás de este trabajo. Almas invisibles (encarnadas, por supuesto)
que con sus experiencias, sus ánimos, sus consejos, su compañía a lo largo de
todo este tiempo, desde que me embarqué en esta aventura, están ahí siempre y
me hacen sonreír cuando lo necesito, cuando las fuerzas flaquean y es necesario
un respiro para poder continuar. Porque en este mundillo, o te tomas las cosas
con humor, o mueres.
Recordar mis vidas pasadas supuso una profunda transformación para
mí. Y llena de buenos deseos, infinita paciencia y dispuesta incluso a que
desconocidos conozcan mis propias miserias, arriesgándome a ser juzgada y a que
me llamen loca, intento compartir mis conocimientos con otras personas que
también se hacen preguntas y están buscando su propia verdad. Pronto te das
cuenta de que no merece la pena hacerlo. Son más los sinsabores y las
inconveniencias que el beneficio que me pueda aportar… una pérdida de tiempo y
energía que no lleva a ninguna parte, a no ser que encuentres a las personas
adecuadas con quien compartir esas experiencias. La batalla está perdida desde
el principio.
Sin embargo, aunque seas consciente de ello, duele de todas
formas. El mundo está loco, lleva loco desde hace milenios, y nadie puede
cambiar eso. Y por muy buenas intenciones que tengas, sabes que los locos serán
siempre mayoría. Así que te resignas a hacer tú el papel de loco, a que te
ataquen por decir lo que piensas, a aportar “pruebas” de que lo que dices es
por algo, a que te expulsen de ciertos círculos o a cargar con una mala fama inmerecida
por querer llevar un poco de sentido común a esos círculos, a tener que
escuchar una serie de sandeces dirigidas con mala intención porque piensan que
tienes cuatro años y pueden tomarte el pelo, a ponerte en el mismo saco de
aquellos que hablan de reencarnación sin tener ni idea de lo que significa
recordar vidas pasadas, o a ser tachada de intolerante cuando son “ellos” los
que te rechazan porque tu planteamiento no entra dentro de sus esquemas
mentales… Nadie lo dice abiertamente, pero en el fondo les importa un bledo lo
que les digas. Su propia ceguera les impide ver más allá.
Y mientras, resulta que sales a la calle y hay gente que
adora estatuas de madera porque representan a un señor cuya existencia
histórica ni siquiera está demostrada. Y si esa estatua llora lágrimas de
sangre no solo la adoran, acuden a ella esperando una curación milagrosa.
También hay gente que estuvo a punto de morir y porque vieron una luz blanca ya
piensan que estuvieron con Dios o que son unos elegidos. Hay gente que acude en masa a rezar junto a un
señor vestido de blanco a quien demuestran admiración, da igual si el que hay
ahora tiene un discurso totalmente distinto al que tenía el anterior señor
vestido de blanco. Y los rumores de corrupción no importan, si va vestido de
blanco es porque debe estar próximo a la santidad. Otros se preguntan si creer
en la reencarnación significa que se estarían comiendo a su semejante si comen
carne… es curioso que se preocupen por eso y no por el sufrimiento de ese
animal en el matadero, reencarnado o no. En Australia hay un tipo que dice ser
la reencarnación de Jesucristo e induce a sus seguidores a creer que ellos
vivieron en la época de Jesús. Por alguna razón algunos necesitan vivir en una
secta para sentirse seguros o quién sabe para qué. También hay personas que
creen a pies juntillas lo que dicen los contactados, quienes hablan
supuestamente con extraterrestres y otras entidades espirituales, y al cabo del
tiempo además de los contactados hay un grupo de caraduras alrededor que no han
perdido ni un segundo en crear otra religión y cobrar a la gente bajo cualquier
excusa. Eso por no hablar de las supuestas apariciones de la Virgen en varios
puntos de nuestra geografía y parte del extranjero. O los baños de sangre que
ahora mismo están ocurriendo en varios puntos del globo por cuestiones
puramente religiosas. O la cantidad de personas que viven bajo los efectos de
la medicación psiquiátrica porque sin ella son incapaces de enfrentarse a un
mundo que no pueden comprender, asfixiados por el materialismo y la falta de
valores de la sociedad en la que vivimos, alejada de lo que realmente importa y
que ya casi nadie es capaz de recordar.
Luego llego yo y digo que recuerdo haber estado aquí antes,
que dejen de buscar fuera de sí mismos y miren en su interior, que cualquiera
puede llegar adonde estoy yo, que no es un lugar nada especial, simplemente un pequeño
paso más allá de la confusión absoluta… y me toman por loca. Y piensan que les quiero convencer de algo que a todas luces es imposible. Como no he dicho que
soy doctora en un prestigioso hospital americano, mi testimonio tiene el mismo
valor que el de un esquizofrénico. Como no me he hecho famosa escribiendo diez
libros sobre regresiones hipnóticas que dicen todos lo mismo, ni tampoco cobro
por leer mi blog, nadie me hace caso. Si estuviéramos en la Edad Media ya me
habrían quemado por bruja, y si estuviéramos en el siglo XIX estaría encerrada
en un manicomio. Sin embargo, vivimos en el mundo al revés. Ahora todos los
locos están fuera, y yo me imagino que paso más bien desapercibida entre tanta
locura. O quizá me intentan marginar por no estar algo más cuerda. Todo el
mundo sabe que la nota discordante debe ser eliminada del grupo… y no es nada
fácil ir contracorriente, tenemos numerosos ejemplos en nuestra querida
ciencia, cuando alguien intenta proponer ideas revolucionarias como la
posibilidad de que la vida continúe después de la muerte o que la consciencia
pueda transferirse a un nuevo cuerpo. Dios mío, eso suena a sacrilegio…
¡crucifiquémosle!
No pasa nada. Seguiré adelante. El camino sigue siendo
solitario, pero por fortuna lo es algo menos que antes. Los locos podrán seguir
inmersos en su propia locura, es lo que hacen los locos, mientras que algunos
de nosotros, aun con nuestras propias dudas y nuestras eternas preguntas,
intentamos despegarnos de ellos. Aunque muchos se empeñen en lo contrario y
quieran seguir engañando a las masas, la luz al final del túnel está para
todos, no solo para unos cuantos elegidos. Todos llegarán a él tarde o
temprano, dentro de tres vidas o dentro de cien. Yo no tengo ninguna prisa por
que lleguen. Y los que quieren, ya se van subiendo al tren. Y poco a poco se
van dando cuenta por sí mismos de la realidad que nos rodea, nos guste o no, estemos
o no preparados para aceptarla… Creamos en lo que creamos.
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