martes, 19 de noviembre de 2013

La muerte y los reencarnacionistas.

Me resulta muy curioso ver cómo la mayoría de la gente se empeña en buscar respuestas fuera de sí mismos, en arrimarse a la ciencia creyendo que solo las conclusiones que ella provee son válidas, o implantándose en la cabeza el chip que dice “La muerte no existe”, mientras que siguen viviendo eternamente con la duda y posiblemente recuperando el miedo a morir en cuanto el momento se acerca. No puedo culparlos. En esta sociedad occidental hablar de la muerte es tabú, para un médico la muerte es una derrota y muy pocos se van a atrever a hablarte claramente y mucho menos te van a aconsejar sobre cómo hacer el tránsito. Nadie en su sano juicio cree que la vida continúa después de la muerte, creer esta patraña es solo un consuelo momentáneo que brindan todas las religiones, como mucho tocaremos el arpa con los angelitos en el cielo hasta que Dios decida que es momento de resucitar, momento en el que por arte de magia recuperaremos nuestro bonito cuerpo putrefacto o ya convertido en polvo (por supuesto el único que hemos tenido), y despertaremos a no sé qué clase de vida nueva. O aún peor, tal vez nos saltaremos esta magnífica oportunidad porque para entonces llevaremos milenios ardiendo en el infierno.

Otros creen que la respuesta está en las experiencias cercanas a la muerte, eso sí, con salvedades. Si alguien en su ECM menciona que un ser de luz le habló de la reencarnación, seguro que ha habido alguna confusión. Si menciona que ese ser de luz es Jesucristo o que estuvo sentado en su regazo, o que pudo hablar con Juan el Bautista, entonces todo es verdad. A pesar de que por lo general en una ECM te ves súbitamente fuera del cuerpo, con un miedo terrible porque estás en una situación que puede ser mortal, no entiendes nada de lo que pasa, y además estás hasta arriba de medicamentos, parece ser que lo que dice uno de estos pacientes tiene mucha más credibilidad que lo que dice un paciente totalmente sano en una regresión. Y por supuesto, si eres un médico o un científico escéptico vas a hacer lo que sea, literalmente, para demostrar que todo fue producto del cerebro, aunque eso implique ignorar los otros miles de casos de ECM’s que existen o buscar soluciones parciales a un fenómeno que, hoy por hoy, no tiene ninguna explicación. Bueno, sí, tiene una: la consciencia está fuera del cerebro.

Después de años y años estudiando las ECM’s he llegado a la conclusión de que ni siquiera los propios científicos son objetivos. Les cuesta demasiado romper sus ideas preconcebidas (es decir, lo que ellos creen que está demostrado y por tanto es verdad absoluta e intocable), y quieren que un pobre órgano como el cerebro asuma toda la responsabilidad de lo que una persona ve en su ECM. Y los pacientes que sufren ECM’s no entienden lo que les ha pasado, y según su propio criterio, es decir, dependiendo de sus propias creencias y su educación, deciden qué es lo que vieron. O quizá su mente decide por ellos, y ellos ni siquiera dudan de nada. ¿Por qué iban a hacerlo? Nadie les ha explicado que cuando sales del cuerpo accedes a un plano comúnmente llamado astral donde lo que sientes y sobre todo lo que piensas tiene extrema importancia, donde tú mismo puedes crear tu propia realidad y donde puedes ser fácilmente engañado por tus propias percepciones. Nadie se lo explica porque nadie se ha preocupado todavía de estudiar las experiencias extracorpóreas de manera seria. Por eso, para muchas de estas personas, estar a punto de morir y haber hablado con Dios es lo más lógico del mundo. Y en el peor de los casos, incluso piensan que han sido unos elegidos.

A pesar de todo esto, hay gente que desea tener una ECM porque cree que así va a estar seguro de que la muerte no existe. Y no se dan cuenta de que hay métodos mucho más fáciles para llegar a saberlo. No hace falta esperar a estar en una situación de muerte. Es suficiente con meditar y recordar vidas pasadas (o, en su defecto, acudir a un profesional de confianza para hacer una regresión). Los que lo hacemos sabemos “un poco” sobre la muerte. Para los que no lo sepan, recordar tu propia muerte es algo más que ver una escena delante de tus ojos como si fuera una película. Se acompaña de numerosas emociones, a veces muy difíciles de controlar. Al principio enfrentarte a una de estas escenas da miedo, mucho miedo, y es posible que necesites varios intentos para darte permiso a ti mismo y atreverte a verlo. No tienes ni idea de lo que vas a encontrar, no tienes ni idea si vas a sentir el  mismo dolor que sentiste cuando moriste de verdad. No sabes si vas a poder controlar las emociones. Con el tiempo va siendo algo más fácil. Por supuesto, cuando se trata de una muerte traumática se hace un poco más complicado… y por lo general recuerdas antes las muertes traumáticas porque recordamos antes lo que nos afecta. En estos casos, cuando la muerte es súbita e inesperada, es mucho más frecuente que vaya acompañada de fuertes emociones, bien porque te dio mucha rabia acabar así, o porque no te pudiste despedir de tus familiares y amigos, o porque a tu lado viste caer también a muchos de tus compañeros, o porque fue un accidente sin sentido, o porque no pudiste ver crecer a tus hijos, o porque dejaste cuestiones sin resolver.

Lo importante de todo esto es que al final todo acaba. Todo dolor y sufrimiento son solo temporales, pertenecen a la dimensión humana, no a la espiritual. A veces te ves ya fuera de tu cuerpo e incluso sabes que te quedaste un tiempo en el plano astral para asegurarte de que todo estaba bien. Y muchos pacientes sometidos a hipnosis (no es mi caso) relatan incluso cómo vieron el mismo túnel de luz que describen las personas que han sufrido ECM’s, y cómo se reencontraron con sus guías o con familiares ya fallecidos. Si es una regresión a la vida entre vidas, incluso puedes describir el mundo espiritual y todo lo que ocurre después de muerto, algo que ocurre para todos, independientemente de la religión, raza, sexo, lugar de nacimiento, o el nivel de maldad con el que te hayas conducido por la vida… aunque a algunos les cueste aún comprender y aceptar esto, presos de sus propios prejuicios y sus ideas preconcebidas.
Muchos reencarnacionistas llegamos a visitar nuestras propias tumbas.
Pero cuando has recordado varias muertes y comprendes que hagas lo que hagas siempre vuelves a nacer, todas las dudas desaparecen. Y francamente, ya te da igual lo que digan los científicos, los escépticos, y los que hablan de reencarnación sin saber lo que es recordar vidas pasadas. Esos que piensan que creer en la reencarnación es solo un deseo de que la muerte no sea el final. Cuando has verificado tus recuerdos e incluso has localizado tu tumba, ya nada pueden decirte que te convenza de lo contrario. Es algo que sabes y que vas a llevar dentro ya para siempre, solo tú sabes que no es imaginación, que no es obsesión, que no es creencia, que no es un simple deseo. Solo tú sabes por todo lo que has pasado hasta llegar a ese punto. Visitar tu propia tumba es algo que muchos reencarnacionistas llegan a hacer o que deseamos hacer, un momento en tu viaje personal que es todo un hito, acompañado de fuertes emociones y en muchos casos una fuerte necesidad de aceptar el pasado, aceptarte a ti mismo, con lo bueno y lo malo que hiciste en esa vida, y pasar página.   

¿Perdemos el miedo a la muerte? Eso es ya otra historia. No puedo hablar por todos los reencarnacionistas, pero en general se puede decir que no tememos a la muerte en sí, tememos al dolor que acompaña a la muerte. También depende de cada uno y del grado de apego que tengamos a la vida terrenal. Pero lo bueno es que sabemos que nada se acaba con la muerte. Que tarde o temprano nos vamos a reencontrar con las personas que queremos. Sabemos que en cada vida hay personas con las que ya hemos vivido en el pasado, y por alguna razón van y vienen, aportándonos aquello que necesitamos justo en el momento que lo necesitamos. Personalmente, pienso que en la Tierra andamos ciegos y sordos y solo en determinadas ocasiones reconocemos a aquellos que fueron importantes en otras vidas. Pero al traspasar el umbral esa venda desaparece y de pronto nos damos cuenta de cuán inútiles fueron ciertas discusiones, o ciertos miedos. Es imposible perder a nadie, porque al otro lado somos como una gran familia en la que los lazos de sangre no tienen la más mínima importancia. No comprendo a las personas que solo piensan en reencontrarse con sus familiares al otro lado, tal y como los conocieron en esta vida. Somos mucho más que un hijo, un padre o un amigo. Somos almas eternas en un camino eterno en el que compartimos buenos y malos momentos. ¿Quién no crea vínculos con alguien con el que has reído y llorado a lo largo de tantas vidas? Esos vínculos jamás desaparecen. Si de algo estoy segura, es de que la muerte no los destruye.


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